En su notable “La Mejor de las Fieras Humanas, Vida de Julio Herrera y Reissig”, Aldo Mazzucchelli realiza una investigación minuciosa y documentada de la vida del poeta.
En el libro desfilan, entre otros, Roberto de las Carreras, Horacio Quiroga, José Enrique Rodó y Delmira Agustini. Las reuniones del Consistorio del Gay Saber y de la Torre de los Panoramas, de principios del siglo pasado, son descritas con singular crudeza y realismo.
Entre los muchos atractivos que tiene su lectura se encuentran los enfrentamientos en la prensa entre la dupla De las Carreras-Herrera y Reissig con Armando Vasseur.
Mazzucheli reproduce los epítetos, insultos y diatribas que en forma pública se dirigían Vasseur y De las Carreras (este con la ayuda de Herrera y Reissig). Eran tan filosos como hirientes e incluían acusaciones de ser despechado viscoso, síntesis de tilinguería, tonto célebre, arquetipo de la estulticia, nesciente, sucio, bebé literario, andrajo fisiológico, molusco plebeyo, heredero de tarambanismo o heretista cobarde.
No andaban con chiquitas. Al comparar aquellos cruces con los de hoy valoramos la civilidad de nuestra sociedad actual.
Recordé esto cuando leí, hace unos días, a Francisco Faig. Desde estas páginas señaló en forma acertada que no es conveniente que los integrantes de la Coalición República se fusionen en un único partido o lema. Como bien expresa el distinguido columnista, un lema común de la CR limitaría drásticamente la oferta presidencial para la elección de octubre, lo que es la trampa secreta de la reforma electoral del año 1997.
Es claro que presentándose en octubre en diferentes partidos, con el compromiso de apoyar al que resulte con mayor cantidad de votos en la segunda vuelta, se amplía la base de ofertas y de votantes.
Además, me permito agregar, le da a esas propuestas una mayor representación parlamentaria que luego será esencial a la hora de votar en noviembre y defender postulados comunes.
Hace bien Faig en alertar de esta trampa electoral. En el pasado, algunos proponían fusiones de partidos lo que equivalía a caer en la misma.
Hay, sin embargo, otro riesgo: que se piense que señalar una diferencia o discrepar con otro miembro de la CR en octubre se entienda como ruptura o ataque personal.
No lo es.
Se trata de marcar el matiz necesario para que el elector pueda diferenciar una propuesta dentro de la CR de otra. Porque así como se corre el riesgo de que un enfrentamiento en lo esencial o personal marque diferencias de las que no se puede retornar también puede suceder que el elector ni siquiera distinga los matices y vea todo como una misma cosa. En este último caso se caería en la trampa secreta a la que hace referencia el columnista.
El tema es cuáles son los límites. Hay que ser cuidadoso y no cruzar la línea de no retorno. No se puede llegar a ataques como los que relata Mazzuchelli. Pero de ese extremo al otro hay un gran trecho porque la unidad no es unanimidad.
¿Cuál es el límite? ¿No se puede discrepar? ¿Se considera un ataque la invitación a otro a debatir? ¿Es un ataque señalar diferencias entre las propuestas y conductas?
No lo es.
El peligro es cuando algunos se autoproclaman jueces de lo que es un ataque y lo que es un matiz, de lo que se puede y de lo que no.
La respuesta la da San Agustín de Hipona, que sostenía que había que tener “en lo esencial, unidad, en lo no esencial, libertad, en todas las cosas caridad”.
Lo que adaptado a la realidad de la CR sería algo así como en lo esencial (respeto del Estado de Derecho, libertad, república) unidad absoluta. En lo no esencial (los matices) libertad. En todas las cosas, grandeza para ver que lo segundo no puede afectar lo primero. Que no es otra cosa que la caridad. Esa que bien entendida siempre empieza por casa.
Señalar diferencias, discrepar, invitar a debatir nunca debe ser calificado como un ataque. Es no caer en la trampa secreta. Lo que sucede es que así como algunos ven como un riesgo las discrepancias también lo es que todo se uniformice.
Se requiere unidad pero no unanimidad. Caridad pero no sometimiento. Libertad con responsabilidad según la feliz definición del presidente Lacalle Pou. Marcar las diferencias en la campaña y concurrir la misma noche a apoyar al que resulte ganador. Sin pedir y reclamar nada. Hacerlo porque el interés superior de la Patria siempre está primero. En lo esencial unidad, en lo que no lo es, libertad.
Algunos comprendieron esto hace tiempo. No hablaron de ello ni lo proclamaron sino que lo cumplieron con actos y hechos cómo sostener hasta el final a gobiernos que lo necesitaban o apoyos al otro candidato la misma noche de la elección sin pedir nada a cambio. Otros no. Como se decía del gran José Martí, hicieron lo que creían bien en ellos y bueno para los demás, sabiendo de antemano que rara vez da sombra el árbol a aquel que lo siembra. Sin caer en aquellos calificativos que se utilizaban en los tiempos de Julio Herrera y Reissig, la mejor de las fieras humanas.