En medio de un mundo que genera incertidumbre y que modificó todos los parámetros hasta ahora conocidos, Uruguay está obligado a un continuo ajuste de sus estrategias en política exterior, dado que las reglas cambian una y otra vez.
Por eso Uruguay celebró ser aceptado por los países que integran el Tratado Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico (CPTPP, por sus siglas en inglés). Falta ahora una etapa de negociaciones para concretar ese ingreso.
En un mundo donde a partir de la decisión del presidente norteamericano de establecer tarifas altas (en grados diferentes según cada caso), con lo cual sacudió el tablero del comercio internacional, esa noticia le augura al país la posibilidad de encontrar un espacio con reglas claras que, si negocia bien, lo beneficiarán. Los países que integran el acuerdo transpacífico son Australia, Brunéi, Canadá, Chile, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur, Vietnam y el Reino Unido.
Por otra parte, el Mercosur sigue esperando la puesta en marcha del acuerdo con la Unión Europea. En diciembre de 2024 se llegó a una etapa final, pero aún faltan algunos procesos para su entrada en vigor.
La aceptación por parte del Acuerdo Transpacífico sorprendió porque no se esperaba una respuesta tan rápida. Pero así como la convulsión comercial mundial lanzada por Trump puso a Uruguay en alerta, también los países miembros de este acuerdo así como los de la Unión Europea, se vieron afectados.
La inestabilidad creada a partir de la invasión rusa a Ucrania y la amenaza que eso implica para Europa, la competencia provocada por China (que además tiene sus bemoles políticos) y la desestructuración comercial generada por las subas tarifarias de Trump (más su constante forma de subestimar a Europa), obliga a estos países a buscar aliados en otras partes
y quizás por eso, cuando antes arrastraban los pies para avanzar en este tipo de tratados, ahora en cambio los ven con otros ojos.
En este entreverado contexto Uruguay debe diseñar su política exterior, lo cual no es fácil ya que nadie tiene idea de hacia dónde va el mundo.
A eso se suma el hecho, como bien me explicó un ex embajador uruguayo con amplia experiencia profesional, que hasta la manera de hacer diplomacia cambió. La que se forjó tras la segunda guerra mundial está quedando fuera de uso y todavía no se instaló una modalidad nueva. En un tiempo donde predominan los gobernantes populistas, no hay diplomacia que valga. Se habla a los gritos, se desprecia a los gobiernos democráticos, se impone lo que cada uno quiere.
Por eso, muchos expertos sostienen que países chicos como Uruguay deben apelar, al menos en forma transitoria, al perfil bajo.
En setiembre pasado el presidente Yamandú Orsi se dirigió a la Asamblea de la ONU. Fue un discurso inocuo ante una sala casi vacía y le valió duras críticas desde filas opositoras.
Ese discurso pudo ser tan solo una muestra más de cómo es el estilo Orsi o pudo ser deliberado, nadie lo sabe. Pero quizás fue el mejor discurso posible en un contexto de extrema incertidumbre: volar por debajo del radar.
Son tiempos poco claros, donde los buenos no son tan buenos y los malos son aún más malos. Donde una invasión norteamericana a Venezuela sería preocupante, pero más lo es que el dictador Maduro no caiga. Antes (y esto lo saben bien los uruguayos) los exiliados recorrían gobiernos y organizaciones para que condenen las dictaduras. Y lo lograban.
Ahora, si un jerarca de la Comisión del Premio Nobel de la Paz pide en Oslo que Maduro caiga, genera espanto entre los bien pensantes, los que antaño pedían a otros gobiernos que hicieran lo mismo que este jerarca. Antes los perseguidos políticos generaban admiración pese a que no todos eran santos, ahora provocan rechazo aunque tal vez sean santos.
Ahora hay guerras que parecen como si las peleara un solo bando. El agredido mata a un enemigo que hace como que no existe pero no deja de luchar, con lo que las cifras de víctimas van solo contra la cuenta de ese único bando. Esto es tan evidente que indigna, pero a buena parte del mundo bien pensante le resulta cómodo asumir sin corroborar.
El mundo quiere paz y terminar con las contiendas y en consecuencia le exige al que no empezó la guerra, al agredido, al conquistado, que ceda, que entregue territorio y que someta su soberanía. Ante esa realidad, Putin en Moscú y Hamas en Gaza, se regodean.
En tiempos donde todo está tan desarticulado, donde la palabra dada se olvida en menos de 24 horas, es difícil ejercer la diplomacia clásica y para países como Uruguay, es un desafío diseñar una política exterior sabia, sensata y con clara visión del rumbo a tomar.
Exige que la cancillería esté atenta a los cambios de vientos y a las tormentas que surgen imprevistamente. Ante eso hay que actuar con sabiduría, con calma, despojados de ideologías y prejuicios que ya nada explican.
Y seguir abiertos al mundo en lo que a relaciones comerciales se refiere.