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Una camisa de fuerza

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A partir del 10 de diciembre Javier Milei pasará del performance escénico al verdadero performance que exige gobernar. Eso sucederá después del traspaso de poder del peronismo al “anarcocapitalismo”, que en la campaña presidencial el libertario defendió como recetario para acabar con la caída libre de la economía argentina. Por contra, su oponente, Sergio Massa, aseguraba que el eventual triunfo del líder de Libertad Avanza sería para los argentinos un “salto al vacío”, pero ya era demasiado tarde. El que fuera ministro de Economía bajo el gobierno saliente de Alberto Fernández, a duras penas podía defender su candidatura con una inflación que ha llegado al 142% y una sociedad que cada vez se ha visto más empobrecida.

Sin duda, la llegada de Milei a la Casa Rosada está llena de incertidumbres que, además, pueden provocar inquietud por su comportamiento excéntrico, sus postulados radicales que no siempre coinciden con el liberalismo tradicional y su afán populista vinculado a los aspavientos trumpistas que pretenden “dinamitar” los estamentos políticos tradicionales. Pero una cosa es el sentido del espectáculo que desplegó en campaña -y que finalmente le dio réditos- y otra bien distinta es tropezar con la realidad a la hora de gobernar. Digamos que, al menos por ahora, ha guardado la motosierra real y figurativa que ha mostrado como símbolo de su intención de talar el Estado hasta dejarlo en los huesos.

Por lo pronto, cuando compareció ante sus seguidores la noche de su triunfo electoral su tono era más sosegado y su discurso menos extremista, con un mensaje conciliatorio que se acopló al que poco antes había pronunciado Massa, en el que reconoció su derrota como producto de un voto de castigo por una gestión que había fracasado y también la voluntad de que la transición se hiciera en un clima de concordia. Ya habría tiempo de armar nuevamente el peronismo, esa pertinaz ave Fénix que renace una y otra vez de las cenizas de su propio descalabro.

Lo primero que hizo Milei fue agradecerles al ex presidente Mauricio Macri y a Patricia Bullrich, que desde la derecha moderada quedó tercera en los comicios del 22 de octubre, su apoyo para ponerle freno al peronismo a cualquier precio.

Macri y Bullrich, a la que Milei ya le ha ofreció la cartera del ministerio de Seguridad (cargo que ocupó bajo el gobierno de Macri) ya están moviendo hilos tras bastidores. Es decir, el bloque de la derecha tradicional respalda al neófito en política a cambio de ponerle una camisa de fuerza. O sea, encauzarlo hacia políticas más ajustadas al centro, que no necesariamente pongan contra las cuerdas a un gobierno que no tiene mayoría en el Congreso y que puede tropezarse con un amplio sector de la sociedad que depende de muchas de las prestaciones públicas que Milei ha propuesto cargarse de manera drástica. El gobierno de Macri vivió lo que significa enfrentarse a las fuerzas vivas del peronismo sindicalista y puede hacerle más de una recomendación al festinado “dinamitero”.

Es obvio que el ámbito de Juntos por el Cambio está al timón con Milei y seguirá muy de cerca los próximos pasos del libertario no tan liberal (¿de verdad va a apostar fuertemente por ilegalizar el derecho al aborto?). Sin duda, le hará bien al presidente electo esta terapia de choque que lo modere. Los argentinos no están para más saltos al vacío.

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