Si así fue la primera interpelción al ministro Carlos Fratti de Ganadería y Agricultura, las cosas empezaron mal. Para el común de la gente, lo que hubo fue un espectáculo sensacionalista, amarillista, con golpes bajos, sin que nadie controlara lo que pasaba.
Y sin resultados. Lo que se gritaron el senador frentista Nicolás Viera y el interpelante Sebastián da Silva, es lo que se registró. Lo de la controvertida compra de un campo para el Instituto Nacional de Colonización quedó a un lado. Dejó de importar.
Ya desde antes había señales de que se sería una interpelación complicada. Para empezar, tanto el interpelante como el interpelado son figuras políticas que han creado sus propios personajes y funcionan de acuerdo al libreto que corresponde a ese personaje y no a la función que cumplen, en este caso la de un ministro y un senador.
Con lo cual el espectáculo está asegurado. Solo que no se trata de un espectáculo. El objetivo de una interpelación es que ante una medida cuestionable del gobierno, el ministro correspondiente de cuenta de porqué se tomó esa decisión. El interpelante debe presentar todos los argumentos que dejen en evidencia el supuesto error y el interpelado debe demostrar que lo hecho es un acierto. Eso debería llevar a un fuerte debate de ideas, con argumentos, datos, cifras, comprobaciones. Es un choque duro, implacable, pero en el que nadie debe perder la compostura. Y menos aún el miembro interpelante. Una buena interpelación es cuando quien la hace tiene total control de lo que pasa y su bancada interactúa como una orquesta bien coordinada que toca una sinfonía a la perfección hasta llegar a un final rotundo.
Es verdad que no todas los llamados a sala terminan en votos de censura. A veces porque el ministro responde con tal solvencia que el cuerpo se da por satisfecho y otras veces (como pasa con frecuencia) porque la bancada oficialista forma una férrea línea de defensa y de antemano se sabe que no habrá censura.
En esos casos, lo que importa es que el llamado deje su impacto, más allá del desenlace formal. Fue memorable la que en 2008 el senador Carlos Moreira le hizo a los entonces ministros Danilo Astori y Victor Rossi por Pluna. Bien preparada, con su bancada en sintonía, fue una sesión fuerte. Si bien los ministros contaron con el apoyo de la mayoría frentista y no hubo censura, el tema de Pluna quedó instalado y esa interpelación no pasó inadvertida ya que anunciaba lo que eventualmente habría de suceder.
No todas las interpelaciones son así y la de esta semana más vale olvidarla. Algunos creen que pueden reproducir el estilo legendario de Wilson Ferreira Aldunate, pero Wilson hubo uno solo.
Enfrentar a un ministro y a toda la bancada que lo apoya exige aplomo, templanza y serenidad. Y Da Silva no la tuvo, nunca la tiene. Con lo cual echó por la borda todo el esfuerzo previo y dejó en falsa escuadra a sus propia bancada.
La acusación del senador frentista Nicolás Viera no venía a cuento, no tenía fundamento (y si lo tenía, no lo expuso) y pretendió llevar el debate a otro terreno. La respuesta intempestiva de Da Silva fue totalmente improcedente y, como se ha dicho, claramente homofóbica. El senador blanco luego bajó un cambio, solo uno, y admitió su responsabilidad por haber insultado a Viera, con referencia a su orientación sexual: “obviamente hay que pedir disculpas cuando uno se equivoca” dijo, pero no por eso aflojó contra Viera por haberlo acusado de ser parte de la estafa de Conexión Ganadera. “Estoy muy ofendido con Nicolás Viera y entiendo que él esté muy ofendido conmigo”, añadió.
Lo inesperado fue que tras el choque, el senador Sebastián Sabini (que presidía la reunión porque minutos antes se había ido la senadora Blanca Rodríguez que tomó el lugar de Carolina Cosse, de licencia por motivo de un viaje), suspendió la sesión como si fuera un juez ante un partido de futbol que se desbordó.
Viera sostiene que Da Silva cometió un delito con su comentario homofóbico y no está dispuesto a ceder. La bancada frentista lo apoya. Claro, nadie recuerda que quienes hoy señalan a Da Silva por su homofobia, celebraron a un diputado que hace unos años, en plena sala le gritó a Lacalle Pou “oligarca puto”. De todos modos, el pecado ajeno no justifica a Da Silva. Y la diferencia quizás sea que Lacalle llegó a ser presidente de la República y las chances de Viera son muy escasas. O no; en este país nunca se sabe.
Lo cierto es que una interpelación que parecía importante, con señalamientos fuertes agregados por otros senadores opositores ante un tema realmente controvertido por donde se lo mire, quedó envuelto en un innecesario escándalo.
No es la primera vez que ocurre, pero fue una oportunidad perdida y quien la dejó pasar con su exabrupto, fue el senador interpelante. Al enfrentar una sesión como esa, además de prepararse bien, está obligado a mantener su aplomo. Él más que nadie. Si falla, su partido tiene que hacerle saber que tomó nota.