En la foto de la mitad del escrutinio, el favorito de Donald Trump avanzaba cómodamente hacia la victoria. Pero si se miraba la película se veía al segundo avanzando con más velocidad.
Cuando quedaron cabeza a cabeza, la carrera se puso en pausa. Por varios días, el escrutinio quedó congelado en el 57% de votos contados. A esa altura, la pregunta era si Trump reconocería una derrota del candidato al que había apostado tan fuertemente, aunque otra pregunta posible era si el gobierno de Xiomara Castro aceptaría una victoria del candidato de la derecha dura, que llega con el apoyo del presidente norteamericano.
Salvador Nasralla, el gobierno pasaría a manos de un opositor. Pero se trata de un centroderechista del Partido Liberal (que es de corte socialdemócrata) y ya en el pasado supo negociar con el matrimonio Zelaya-Castro. De hecho, fue vicepresidente de la actual presidenta por un breve lapso. Aunque, tras la ruptura, Nasralla se convirtió en un duro opositor, al no tener la dependencia de Trump que tiene Asfura, para Xiomara Castro sería más fácil negociar su salida del poder en mejores términos con él que con el candidato del derechista Partido Nacional.
Convertido en una película de suspenso, el escrutinio en cámara lenta volvió a poner al candidato de Trump por encima de Nasralla. Pero el resultado ya no parece lo fundamental, sino el grado de injerencia del presidente norteamericano, lo que, en definitiva, beneficia a la izquierda sectaria y corrupta que gobernó estos cuatro años. La beneficia porque opaca el triunfo abrumador de la oposición, con más del 80% contra el escuálido 19% del oficialismo.
A Trump lo compromete su desmesurada injerencia y el capital de credibilidad que invirtió para que gane Asfura. Mientras hundía lanchas matando a 80 personas por ser presuntos narcotraficantes, el jefe de la Casa Blanca indultaba a Juan Orlando Hernández, el ex presidente conservador hondureño que estaba preso en Estados Unidos por haber encabezado un narco gobierno.
Trump justificó el indulto acusando a Joe Biden de haber sembrado patrañas para encarcelarlo “injustamente”. Pero nadie que conozca el caso en la DEA y en la Justicia norteamericana, avalaría seriamente esa afirmación.
Además, el jefe de la Casa Blanca anunció el indulto en la antesala de las elecciones en Honduras, donde ya estaba actuando para favorecer al candidato conservador. Se entiende que el líder republicano quisiera ver el final del gobierno filo-chavista que gobernó los pocos años que duró Manuel Zelaya y los cuatro años del mandato que ahora concluye su esposa, con el largo intervalo conservador de los presidentes Porfirio Lobo y Juan Orlando Hernández. En todo caso, debió apostar sólo a eso: la derrota del partido oficialista.
En lugar de eso, Trump fue mucho más lejos en su decisión de propiciar un candidato propio, traspasando los límites de lo aceptable. Comenzó diciendo que Rixi Moncada, la candidata oficialista, y Salvador Nasralla, “son comunistas”. Después amenazó a los hondureños con cortar las ayudas norteamericanas y posiblemente también las remesas que envían los hondureños radicados en Estados Unidos a sus familiares y constituyen el mayor ingreso desde el exterior que tiene ese país.
En ese punto, ya había incurrido en una fuerte injerencia en los asuntos internos de Honduras, pero dio un paso más en esa dirección. Un paso que lo puso a contramano de su propia guerra contra el narcotráfico.
Del mismo modo que la naturaleza facinerosa del régimen chavista no justifica los hundimientos de lanchas en el Caribe, que ya provocaron 80 muertes, porque la forma en la que está actuando el despliegue naval norteamericano frente a las costas venezolanas viola leyes internacionales y norteamericanas, el sectarismo autoritario con que ejercen el poder Xiomara Castro y su esposo y asesor presidencial, no justifica la injerencia del presidente norteamericano. Mucho menos que, para favorecer a Nasry Asfura, haya dejado en libertad a Hernández por ser un dirigente cercano y del mismo partido que su favorito en esta elección.