Tiempos turbulentos

El resultado de la elección en Chile el domingo pasado, dio que hablar: un político de derecha competirá en la segunda vuelta con la candidata oficialista. Aunque quedó unos pocos puntos por detrás, ese candidato tendría la posibilidad de ser el próximo presidente de Chile, si logra sumar los votantes de otros partidos, también de derecha.

Una vez más, como pasó en Bolivia, la atención se centró en evaluar el surgimiento de una derecha fuerte y el retroceso de la izquierda.

Cuando se observa como crecen en el mundo gobiernos elegidos en las urnas pero que se vuelven populistas y autoritarios, tanto de derecha como de izquierda, lo que importa no es hacia donde se inclinan los nuevos ganadores sino si respetarán las reglas de un Estado de Derecho.

Se viven tiempos de democracias asediadas. Basta con que haya ganado en una elección para dejar que el vencedor horade las instituciones, reforme la Constitución para someter al Poder Judicial, deslegitime a su oponente, amedrente al periodismo hasta hacerlo dócil y logre su reelección indefinida.

Esto va desde la derecha a la izquierda, desde Maduro a Putin. Por eso, lo relevante ante cada nueva elección no está en el signo ideológico del vencedor, sino en su convicción democrática y liberal.

Periodistas y politólogos usan con facilidad el calificativo “ultra” para los candidatos de derecha, pero no para los de izquierda. En Chile lo aplican a quien irá a la segunda vuelta, José Antonio Kast, pero no con Jeanette Jara. Sin embargo, la candidata por la izquierda es miembro del Partido Comunista.

Por lo tanto, es marxista-leninista, cree en la dictadura del proletariado, se identifica con los partidos comunistas que instalaron regímenes totalitarios, liberticidas, violadores de derechos humanos y provocaron pobreza extrema cuando no hambrunas devastadoras. Jara es tanto o más “ultra” que sus adversarios de derecha. Pero nadie lo dice.

Similar discusión respecto al uso de estos términos, se da en España con un PSOE coptado por el “sanchismo”, cuyo único interés es que Pedro Sánchez siga atornillado a su silla y para eso paga cualquier precio.

El primer paso fue demonizar a su adversario, el Partido Popular que es de derecha, pero no “ultra”. Teme que acuerde con Vox, ese sí de extrema derecha, aunque no se cuestiona haber acordado en igual sentido, con la extrema izquierda de Podemos y Sumar o con los utranacionalistas catalanes y vascos.

El largo reinado de los Kirchner en Argentina llevó a un profundo deterioro económico, que está dando trabajo revertir, y a un grave retroceso democrático. Los “K” gobernaron a veces por fuera de la Constitución, despreciando a las minorías, ejerciendo una intolerable presión sobre el Poder Judicial y amenazando a la prensa.

Harta, la gente hace dos años optó por votar a quien estaba en el extremo opuesto. Elegido presidente, Javier Milei acaba de recibir otro espaldarazo con las recientes elecciones de mitad de período.

Su objetivo es enderezar lo económico, algo que no le está resultando fácil pero que al menos obtuvo logros nada despreciables como bajar la inflación. El apoyo recibido puede explicarse como un rechazo al kirchnerismo ante una alternativa que ofrece cierta estabilidad, al menos para el corto plazo.

A Milei poco y nada le interesa lo institucional. Si bien no parece haber violado normas constitucionales, juega al borde de ellas, desprecia a sus adversarios, ataca a los periodistas, todo con una abrumadora ordinariez, usando expresiones soeces de grueso calibre que en nada ayudan a que algún día Argentina se encauce hacia la democracia que Alfonsín soñó y que los Kirchner tiraron por la borda.

En América Latina el siglo XXI comenzó con varios éxitos electorales que derivaron en autoritarismos con Hugo Chávez (seguido por Nicolás Maduro), Rafael Correa y Evo Morales. Para enderezar algunos terribles dramas que azotaban a El Salvador, la gente se volcó hacia Nayib Bukele.

Heredero de una democracia averiada, éste dio soluciones rápidas y satisfactorias a la violencia, pero pasó por alto varias normas constitucionales, entre ellas la que le impedían ser reelegido.

Aclamado en un país deseoso de recuperar supuestas glorias pasadas, Trump inició una gestión que todo lo revoluciona.

Pero el camino tomado es el de despreciar las normas escritas y no escritas de instituciones sabias, que han sido modelo para el mundo y que se consolidaron a lo largo de 250 años. Hoy están puestas a prueba y la pregunta es, al decir de Abraham Lincoln, si “una nación así concebida, puede perdurar en el tiempo”.

Ante estas realidades, cada elección debe ser mirada con lupa, pero no para determinar si el ganador es de izquierda o derecha sino para saber si su objetivo es consolidar una democracia plena, republicana, liberal, constitucional y plural, con respeto a las libertades y derechos de los habitantes de su país, con separación de poderes.

En tiempos turbulentos, esa es la prioridad.

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