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Sin feriado, el espíritu

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La Nochebuena de 2023 nos llega sin feriado propio. Puesto que la Navidad cae un lunes, la dupla festiva que cierra la penúltima semana de este año se reduce a un “finde” largo, con los brindis de trabajo apretujados por la fecha tope de hoy viernes 22 y con las comilonas de la parentela entreveradas con asado dominguero.

Todo laico, muy apropiado para la víspera del 25 de diciembre que la ley 6997 rebautizó, en 1919, con un nombre -Día de la Familia-, que a gatas se mantiene en los almanaques, porque nadie lo pronuncia -igual que nadie le llama Día de los Niños al 6 de enero, que para creyentes y no creyentes sigue siendo Día de Reyes.

En cualquier caso, con cualquier denominación y con o sin asueto, la realidad es que esta Navidad nos encuentra con hambre, sed y necesidad de lo que ella simboliza, representa e inspira. La fe cristiana sustenta desde hace dos milenios que la vida de Jesús, desde la concepción, fue un milagro de Dios con propósito salvífico para la criatura humana.

A su costado, en los mismos veinte siglos, las filosofías greco-judeo-cristianas desentrañaron textos sagrados, mitologías y leyendas, buscando desbrozar y purificar las ideas para forjar cimientos que permitieran construir la vida ética y práctica de cada persona y cada profesión u oficio.

En el camino, desde el siglo XVII hasta ahora tuvieron por largos cuartos de hora sucesivos enfoques racionalistas, positivistas y existencialistas, varios de los cuales se declararon enemigos de la metafísica. Más aún: se proclamaron indiferentes a toda religiosidad, valga la palabreja que usaba nuestro nunca olvidado Vaz Ferreira. Una variante actual de esa actitud es el pragmatismo, hermano siamés del relativismo y el materialismo.

Pues bien: Uruguay ha sido siempre un balcón abierto a todos los vientos y a las modas, por lo cual en nuestros escasos 3 millones y medio de habitantes se reflejan toda suerte de actitudes e idearios. En ese contexto variopinto, el inminente 25 de diciembre nos encuentra transidos de dolor por todas las víctimas de guerras que son lejanas pero no las sentimos ajenas. Y nos encuentra perplejos por la caída de la familia, el respeto, la objetividad jurídica y hasta la salud mental, boicoteada por la drogadicción y por la atonía valorativa de un país corto de ideales.

Hemos olvidado que el Uruguay de la gran construcción -fines del siglo XIX y primera mitad del siglo XX- se basó en un acendrado espiritualismo, que -como bien demostró Ardao- era el punto en común con el cristianismo que tenía el liberalismo no católico de José Batlle y Ordóñez, Alfredo Vásquez Acevedo, José Enrique Rodó y tantos más, que eran liberales en el espíritu mucho más que en la ideología económica.

El Uruguay necesita otra vez un reencuentro con su espíritu, no sólo como esperanza colectiva sino como propósito y filosofía personal. El espíritu no puede esperarse de analizar solo lo que fue y es: exige pasión y entusiasmo por lo que debe ser.

Requiere la virtud infinita de la esperanza y una decisión incondicionada de la voluntad. Y, sobre todo, se sustenta en una conciencia superior del amor al prójimo y al bien común.

En todo eso se nos ocurre pensar en los bordes de esta Nochebuena sin feriado propio, acaso porque la vida nos enseñó que el espíritu, cuando es auténtico, no tiene feriado nunca.

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