Señal de regresión totalitaria en Rusia

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claudio fantini
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Haber liquidado Memorial Internacional confirma la peor de las sospechas: el totalitarismo no es un límite en la deriva autoritaria del presidente ruso Vladimir Putin.

Su régimen no reniega del Estado policial que imperó en la era soviética, por eso se valió de un Poder Judicial que simula independencia pero responde a las directivas del Kremlin, para clausurar la ONG que investiga y devela los crímenes cometidos en la URSS tras la conculcación total de los derechos y garantías de sus habitantes.

Uno de los fundadores de Memorial Internacional fue Andrei Sajarov, el científico que aportó al desarrollo de las bases teóricas de la fusión nuclear y trabajó en la construcción de la bomba de hidrógeno, antes de convertirse en un pacifista que luchó por el desarme nuclear, mientras denunciaba los crímenes del sistema soviético.

No todos los autoritarismos son totalitarios. El totalitarismo es la dictadura absoluta. El Estado convertido en el “gran hermano” que describió George Orwell, infiltrando la intimidad de las personas hasta diluir al individuo.

La masificación de las personas produce la abolición de “la persona”, reduciéndola a un ser controlado.

Y para quienes atenten contra ese control está el Gulag, sistema de reclusión en una vasta red de campos de concentración que fue uno de los instrumentos represivos que revela el vínculo genético entre el totalitarismo comunista y el totalitarismo nazi.

Ese vínculo es más profundo y esencial que las diferencias entre las respectivas teorías ideológicas que los sustentaban.

Por eso entre las consecuencias de ambos totalitarismos, hubo varias en común. Entre ellas, el exterminio en masa.

Ambos aparatos genocidas contaron con campos de concentración.

El III Reich añadió los bombardeos masivos y la URSS sumó las deportaciones en masa y genocidios por hambrunas, como el “holodomor” que causó la muerte a casi diez millones de ucranianos.

Desde su fundación en 1989, Memorial Internacional investigaba y revelaba el accionar de aquel aparato exterminador.

Pero el trabajo de la ONG que promovía y defendía los Derechos Humanos en Rusia y demás países de la extinguida URSS no se quedaba en el pasado soviético. También investigaba y denunciaba, por ejemplo, los crímenes cometidos por el ejército ruso que aplastó al separatismo musulmán caucásico en Chechenia, Ingusetia y Daguestán, cuando Putin se adueñaba del Kremlin.

Mostrar la brutalidad de aquella guerra de tierra arrasada con que Rusia recuperó al comenzar el siglo XXI el control sobre las repúblicas musulmanas que habían retomado el independentismo iniciado en el siglo XIX por el Imán Shamil, puso en la mira del presidente ruso a Memorial Internacional.

Pero el golpe de gracia que acaba de dar no puede desvincularse de la reivindicación de la URSS que viene haciendo el presidente ruso.

Putin no es comunista, sino ultranacionalista, y la Unión Soviética fue la máxima expresión de conquista territorial rusa. Moscú manejó un inmenso hinterland que abarcó 14 países y actuó como fortaleza natural inexpugnable.

El nacionalismo ruso reconoce este logro geopolítico superior a las conquistas de Pedro el Grande y a la expansión territorial que continuó la emperatriz Catalina con el príncipe Potemkim.

Y el actual presidente ruso, además de ultranacionalista, proviene de una estructura clave en aquel poder totalitario: el KGB.

A la larga lista de críticos acribillados y envenenados, se suman encarcelamientos como el de Alexei Navalni, el disidente que investigó y mostró la corrupción del régimen.

Pero faltaba dar la señal más elocuente de que el autoritarismo instalado en Rusia no tiene vuelta atrás ni límites por delante, mientras Vladimir Putin siga ocupando el despacho principal del Kremlin.

Haber clausurado a la ONG que educaba a la sociedad rusa en materia de Derechos Humanos y revelaba los crímenes sistemáticos del Estado en la era soviética, implica avanzar hacia el “negacionismo” de esos crímenes, primer paso en la regresión totalitaria.

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