Semana para el espíritu

Declárase feriada la sexta semana siguiente a Carnaval con el nombre de Semana de Turismo” dispuso la ley 6.997, promulgada en octubre de 1919 en cumplimiento de la separación de la Iglesia Católica y el Estado, conquistada en la Constitución de 1918.

Esa ley laicizó las festividades religiosas. Mantuvo las fechas de guardar del calendario gregoriano, pero cambió las denominaciones, con variada suerte.

A la Navidad mandó llamarla Día de la Familia y a la festividad de Reyes Magos le puso Día de los Niños, sin ningún éxito: hasta hoy el lenguaje espontáneo ignora el nombre oficial. En cambio, el rebautizo de la Semana Santa prendió a fondo: se llama de Turismo y al turismo se la dedica: unos por viajar, otros por medir el éxito de la temporada en pasajes vendidos u ocupación hotelera, todos quedamos comprendidos por las costumbres que generó el nombre oficial.

En su origen anglo-francés, la palabra turismo se vinculaba directamente a la formación cultural. La aristocracia británica mandaba a los jóvenes al “grand tour”, la gran vuelta por Europa, para aprender idiomas, conocer países y refinar costumbres. Cuando en 1841 desde la pequeña ciudad de Leicester, el pionero Thomas Cook empezó a expandir su oferta de viajes en circuito por Europa, Estados Unidos, Japón y China, el turismo era vehículo para educarse, para recorrer el ancho mundo de afuera y agrandar el mundillo de adentro y para pulir el espíritu.

Todo indica que nuestro legislador de hace un siglo se inspiró en ese concepto cuando le llamó “de Turismo” a “la sexta semana siguiente a Carnaval”. Era casi lo contrario del propósito con que se publicita y se masifica el turismo hoy: desengancharse, bajar la cortina, no pensar.

Pues bien. El estado de cosas en esta tercera década del siglo XXI nos llama a gritos a recuperar el sentido ascendente del turismo original -que apuntaba a hacer crecer a cada viajero- para buscar la inspiración que hoy sentimos yerta y restituir los principios que hoy vemos atropellados.

Por cierto, no sufrimos por los nombres. En el Uruguay, la denominación Semana Santa la siguen usando los seguidores de las diversas confesiones cristianas y el rótulo Semana de Turismo lo comparten los afines a otros cultos, los ateos y los agnósticos con mucha o poca filosofía.

Pero he aquí que lo violado en el Uruguay son los preceptos básicos de la convivencia, aquellos en los cuales debemos coincidir todos, antes y más allá de la letra de la Constitución. Lo hoy abandonado y escarnecido es, a la vez, el rito religioso tradicional y las reglas de la laicidad, lo atropellado son los Mandamientos recibidos por Moisés en el Monte Sinaí y universalizados desde los Evangelios, tanto como las visiones laicas construidas desde la Ilustración y la Enciclopedia.

En el Uruguay edificamos ejemplarmente la convivencia entre quienes discutían en la prensa sobre Dios con mayúscula o minúscula y sobre los dogmas del catecismo. En un mundo donde se sigue persiguiendo y matando por motivos de religión, nuestro país es un oasis de paz fraterna.

Pero no podemos cerrar los ojos ante la realidad de que para prevenir delitos y evitar muertes, ya no se reúnen codo con codo los hinchas de Nacional y los de Peñarol; ni podemos dejar de dolernos con la caída de la temática pública, centrada cada vez más en bajezas. Ya no se polemiza por el Cielo y la Tierra ni se polemiza por filosofías de vida. Se azuza a la mujer contra el hombre, mientras se estimulan las denuncias de acoso. Se descalifica por ensañamiento, con horizontes que no se elevan por encima de la ingle.

La dura verdad es que el Uruguay no ha realizado ni el ideal aristotélico-tomista ni el ideal kantiano ni su derivación krausista ni el ideal laico. Y lo más grave no es eso, sino que se ha dejado de cultivar la idealidad y, en vastos sectores, ni siquiera se predica a las nuevas generaciones el deber de pensar claro ni la vocación por el amor al prójimo. Una masa insuficientemente educada se interesa poco sobre el bien común concreto, mientras las prédicas totalitarias están al acecho para uncir votos con el señuelo de la revolución social.

Una cruza de relativismo y pragmatismo hace que hoy nada parezca firme, que todo se mida sólo por resultados de corto plazo. El ser se disuelve, y con él la identidad se escapa entre los dedos. La obsesión por lo transitorio genera la compulsión por lo inmediato.

El resultado de esas tensiones atiborra a los Juzgados Letrados de Familia y de Violencia Doméstica, donde salen a luz toda suerte de iniquidades.

A esto nos trajo el determinismo crudamente economicista de los extremos, junto con la desvalorización de la filosofía, la literatura, la música y el arte.

Por olvidar el origen espiritual de nuestra laicidad, quedamos rezagados en la carrera hacia el orden público espiritual y asfixiamos la voz de Eternidad que nos clama: “Levántate y anda”.

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Leonardo Guzmán

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