Tenía 12 años cuando la llamada Revolución Libertadora derrocó a Perón. Me acuerdo de las fotos, mostrándolo en una cañonera paraguaya, que lo sacó de la Argentina.
Recuerdo también una reunión en esos días, que mis padres le daban a una familia muy amiga cuya hija se casaba con un argentino. El tema obligado era la Argentina: el fin del peronismo y lo que vendría después. Por algún misterioso reflejo de chiquilín meterete, se me ocurrió decir: “¿y si vuelve?” ¡Para qué! Me ligué un vehemente chaparrón del homenajeado argentino, encabezado por: “no tenés ni idea de lo que estás hablando”.
Y era cierto, ¡qué sabía yo de política a los 12 años! Pero el hecho es que, no sólo Perón volvió, dieciocho años después, sino que el peronismo nunca se fue de la Argentina, del cerno de su vida.
Andados los años, he ido aprendiendo un poco más de política y con ello, no dejo de asombrarme con el fenómeno del peronismo. Debe ser único en el mundo.
En sus comienzos y hasta el golpe del ’55, podría considerarse un caso más de populismo, como el Aprismo en Perú, o el Varguismo en Brasil. Un movimiento aluvional, nutrido de cierta ideología popu, pero dependiendo sobre todo de un líder carismático.
Resultó otra cosa. Ningún otro fenómeno político de esa naturaleza, ni siquiera el franquismo en España, duró tanto y en condiciones tan especiales, separado durante años, del poder.
Por casi 20 años, Perón vivió en el exilio (mayoritariamente sin visibilidad política, ni militancia activa). Período en el cual distintos sectores y actores trataron de terminar con el peronismo, las más de las veces con métodos antidemocráticos. Todo fue en vano. A punto que, en 1973, los militares se rinden a la evidencia y llaman a elecciones, que gana el peronismo y ese mismo año Juan Domingo Perón, ya veterano, regresa a la Argentina y gana las elecciones.
Para ese entonces, aquel populismo de los ’50 ha sufrido varias metamorfosis y para el día que Perón aterriza en Buenos Aires, el peronismo es un universo extrañísimo en el que se llaman peronistas desde movimientos obreros a la Triple A, cocktail que estalla aquel mismo día, en lo que se llamó la “Masacre de Ezeiza”.
Ni la indiferencia de Perón que, (en España) asentía a todo y aceptaba a todos, ni la bolsa de gatos que eso gestó, ni el fracaso de su presidencia y ni siquiera su fallecimiento, produjeron el fin del peronismo.
Volvieron los militares (y volvieron a fracasar), volvieron los radicales, con Alfonsín (y volvieron a fracasar). Y volvió el peronismo, en otra mutación increíble, con Carlos Menem (y Domingo Cavalo de Ministro ). Nada que ver, pero meta peronismo.
Diez años después, nueva crisis y vuelta de los radicales, con De la Rúa. Duró poco: en 2002 retorna el peronismo, con dos mutaciones: primero Duhalde (un populista ”ortodoxo”) y luego el clan Kirchner, expertos manipuladores del poder. Todos considerados (y auto proclamados) fieles seguidores de Juan Domingo (quien difícilmente los habría tolerado).
Después de doce años en el poder, el peronismo vuelve a tropezar y se abre a los ojos de muchos, la esperanza de, al fin, superar el karma peronista con un presidente joven, moderno, ejecutivo: Mauricio Macri. Otra vez, duró poco, para el 2019 y con una nueva mutación, los peronistas vuelven al poder.
Reíte del Ave Fénix. ¿Será así, ad infinitum?
No creo que haya hoy en la Argentina alguien que crea, como el amigo de 1955, que la crisis en que se ha metido (solo), el peronismo terminará con él.
Sin embargo, esta vez aparecen algunos factores nuevos. La crisis económica y social que sobrevuela (bajito) a la Argentina, no parece ser “otra más”. El populismo ideológico que siempre alimentó al peronismo y que fue lo suficientemente fuerte como para mantener a raya las ideologías de ambos extremos, hoy está siendo amenazado desde la izquierda. Desde su izquierda. El factor sindical, eje de la permanencia del peronismo, sigue ahí y con mucho poder, pero algo está sucediendo: aparecen fenómenos que pueden significar más que una nueva mutación del peronismo.
Hay en la Argentina un sustrato, numerosísimo, de personas que viven una situación de desesperanza, con niveles muy altos de pobreza y marginalidad. Hoy sobreviven de manos del Estado, a través de redes politizadas, de caudillismos y tribalismos en un micromundo de códigos propios.
El punto es que se hace cada vez más inviable poder mantener a esa masa de gente (la riquísima Argentina sale de sus repetidas crisis, cada vez más pobre), que ve como todo cambia a su alrededor: todo menos ellos. Esa realidad hace que, progresivamente, sintonicen menos con sus caciques, con los “gordos” sindicalistas y con los caudillos peronistas.
En una realidad de inflación desatada, alto desempleo y creciente desigualdad, las dádivas y las promesas, políticas o sindicales, atraen menos que la retórica violenta, contra la desigualdad y la exclusión.
En suma, puede ocurrir que, por primera vez esa mezcla de mística e ideología que preservó al peronismo de todos los intentos por suprimirlo o derrotarlo desde posiciones derechistas o centristas, esté en riesgo de sucumbir a embates venidos desde la izquierda, desde su izquierda.
Si eso llegara a ocurrir, mal como está hoy la Argentina, la esperarían tiempos aún peores.