Respirando Montevideo

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Un spot televisivo del candidato frenteamplista Mario Bergara dice, entre otras cosas, que “Montevideo somos los que lo respiramos”, mientras se ve a una joven deportista aspirando hondo con cara de felicidad.

La escena me da pie para escribir sobre un tema que me preocupa desde hace tiempo como vecino de esta ciudad: sus olores. Recorrer el Centro y la Ciudad Vieja no es solo exponerse al maltrato de los grafitis vandálicos, la mugre y los contenedores desbordados, el abandono e irrespeto a los bienes patrimoniales. Hay también una dimensión olfativa de la decadencia.

Con el bendito auspicio de George Soros, no hay vereda céntrica que no huela al nauseabundo porro. Ya el humo de tabaco hasta parece ser excepcional; el cannabis recreativo está sustituyendo al aire puro con una celeridad que debería haberse aplicado a otras prioridades departamentales desde hace más de tres décadas.

A esto se suma el olor pestilente que despiden los contenedores de residuos; hay que ser muy guapo para caminarles por al lado sin contener la respiración. Otro rubro destacado es el de las deposiciones de los perros: recuerdo al querido Gustavo Escanlar contándolas una por una a lo largo de una cuadra, con el originalísimo estilo periodístico que inauguró junto a Nacho Álvarez y Cecilia Bonino en el programa de canal 10 Zona urbana.

Y no por último menos desagradable, hay que referir también, aunque resulte políticamente incorrecto, a los campamentos improvisados de los indigentes. La mugre en la que viven a la intemperie podrá ser una molestia para los vecinos pero, ante todo, es una monstruosa indignidad para ellos mismos. Sacarlos de ese círculo vicioso debería ser un deber del Estado, de la Intendencia o de quien sea; no para esconderlos de nuestra mirada sino en defensa de su propia salud y dignidad.

Siempre recordé unos hermosos versos de Enrique Estrázulas que decían, si la memoria no me falla, “Montevideo olía a basura y a flores / A flores también olía”.

Espero que haya barrios donde esa observación poética tenga vigencia, porque si se trata de los que yo frecuento -que vergonzantemente visitan también los turistas que bajan de los cruceros- el verso shakespeariano de “Algo huele a podrido en Dinamarca”, en su versión local, pierde su nobleza metafórica.

En una interesante columna de Daniel Feldman publicada en enero por uy.press, se cita un libro de Alfredo Alpini que refiere a la realidad montevideana de las primeras décadas del siglo XIX, donde unos pocos miles de ciudadanos debían respirar “los efluvios que despedían los animales, los humanos -vivos y muertos-, los desperdicios de sus habitantes y sus excrementos -también humanos y animales”.

Ante el fenómeno mundial de deterioro de las grandes urbes llegó la época de los centros comerciales, los que, curiosamente, tienen entre sus amenities lo que se dio en llamar “marketing olfativo”: esparcen fragancias a través de los sistemas de aire acondicionado para que la experiencia del cliente incluya esa gratificación. Si nuestros turistas son clientes, con la pestilencia calamitosa de nuestras calles, se ve que estamos fallando feo. Nadie le va a pedir a un futuro intendente que las calles huelan a rosas, pero estaría bueno que este domingo, también a los olores nauseabundos les dijéramos “ya está”, ¿no?

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