Problemas en las rutas

Al acercarse el comienzo de la temporada vuelve a ponerse sobre la mesa un tema que es enojoso durante el verano y también a lo largo del año.

Se trata de las normas sobre los límites de velocidad para las rutas nacionales, y en especial para las rutas 1 y la Interbalnearia. Ambas son de doble vía y exigen el pago de uno o más peajes. Se pagan, pero no se circula por autopistas (nadie pretende que lo sean). El problema es que tampoco son “vías rápidas” como sí corresponde.

El mecanismo es perverso. El límite de velocidad cambia abruptamente según el tramo recorrido a lo que se suman la cantidad de semáforos existentes entre el aeropuerto de Carrasco y Parque del Plata. Insisto, se trata de una ruta nacional de doble vía cuyo uso obliga al pago del peaje.

Las indicaciones marcan abruptos y frecuentes cambios de velocidad, casi sin aviso, que van desde 110 kilómetros por hora a 60 pasando por 75 y 90. El conductor está obligado a prestar más atención a los carteles que indican la velocidad permitida, que a la propia ruta.

Esto lleva a que sin quererlo y sin darse cuenta, no tenga tiempo de reducir la velocidad y termine pagando multas, más por culpa del sistema que de quien maneja.

Es positiva la solución encontrada en Parque del Plata en el cruce que une la parte norte del balneario con el sur, muy cerca del arroyo Solís. La ruta pasa por arriba y el tránsito sigue su marcha en forma fluida sin estar obligado a atender cruces inesperados. No los hay.

Pero ni bien pasa el puente (en la zona llamada Las Vegas) debe inesperadamente bajar la velocidad. Los que circulan con frecuencia por la zona están preparados, pero los demás caen en esa trampa. Otro caso absurdo es lo de bajar la velocidad a 60 kilómetros a lo largo de todo San Luis, donde si bien es una localidad muy poblada, hay poca cosa del otro lado de la ruta.

Esta modalidad de súbitos cambios de velocidad (diseñada en el gobierno anterior) se repite en la ruta a Colonia y en todas las rutas nacionales con lo cual se neutraliza el inmenso esfuerzo hecho por ese mismo gobierno en materia de ensanches, doble vías y puentes a lo largo del territorio con la intención de acercar al país, achicar distancias, hacer que el punto más remoto sea fácil de acceder. Con tantas trabas, lo que esas obras acercaron, el sistema de velocidades volvió a distanciar. Tanta inversión, perdida por una torpe regulación.

Esto lleva a otro asunto. Si bien el ensanche de muchas carreteras fue beneficioso, no solo la peculiar política respecto a la velocidad permitida es una traba para “achicar” el país, también lo es la estrategia de construir rotondas cuando esas rutas llegan a cruces importantes.

Son demasiadas y obligan a perder fluidez. Algún ex ministro llegó a decir que el problema de las rutas uruguayas era que les faltaba el sentido de “la tercera dimensión”. Que una vaya por abajo, la otra por arriba sin tocarse; el tránsito no se corta y la seguridad se mantiene.

Uno de esos escasos cruces bien hechos es el mencionado en Parque del Plata. No solo se suprimió un complicadísimo semáforo (por la cantidad de maniobras que había que coordinar) sino que se lo diseñó de forma tal que la Interbalnearia se eleva, mientras que a nivel del suelo el activo tránsito local se mueve como si no hubiera un corte, con su terminal de buses y usada no solo por autos sino ciclistas y peatones.

Siempre la zona poblada debe estar a nivel del suelo y es la ruta nacional la que debe elevarse.

Lo paradójico es que unos metros antes de llegar a tan magnífica elevación (viniendo de Montevideo) hay un semáforo que como tantos otros, embotella el tránsito de una de las rutas más usadas del país.

Es verdad que hubo a cada lado de la Interbalnearia hasta el arroyo Solís chico, una creciente urbanización por lo cual mucha gente circula y atraviesa esa vía a veces con enorme riesgo.

El problema es que la ruta, pensada como una forma de acceso rápido y fácil a los balnearios de Canelones y Maldonado, se construyó antes del crecimiento urbano. Lo que faltó planificar es como permitir ese desarrollo facilitando un seguro movimiento de la población local y a la vez, un fluido tránsito en la ruta.

Es natural que los pobladores de esas localidades exijan garantías de seguridad para trasladarse por la zona. Pero es legítimo que los que circulan por la ruta reclamen un trazado que eluda los trancazos y las trabas. Pagaron un peaje justamente para no encontrar obstáculos.

El país además invirtió mucho dinero para convertir aquellas viejas carreteras en rutas de doble vía para que los destinos sean más cercanos y, andando a razonable velocidad, se pueda llegar antes.

Este es el actual desafío. Allanar esas barreras para que lo mucho que sí se hizo, se luzca. No es algo que deba plantearse solo al comenzar cada temporada veraniega, ni que atañe únicamente a las rutas más turísticas. Hay que empezar a darle solución a todo el trazado vial del país.

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