La política internacional del gobierno del presidente Trump debilita los fundamentos del orden internacional fundado en principios, normas e instituciones compartidas, construido a tanto costo y esfuerzo desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Es difícil seguirle el tren al nuevo presidente.
Hoy la atención se concentra en las tarifas sobre el comercio exterior de los Estados Unidos anunciadas el miércoles. Pero ello no nos debería hacernos olvidar sus amenazas de intervención en Panamá, de anexión de Canadá y Groenlandia, y su ambigua posición en el caso de la agresión rusa en Ucrania.
La política exterior de Trump parecería desconocer los principios básicos del Derecho Internacional cristalizados en la Carta de las Naciones Unidas, y debilita la seguridad de quienes dependen de ese orden para su defensa.
Aquellos principios incluyen el de la igualdad soberana de todos los Estados; la obligación de los Estados de arreglar sus controversias internacionales por medios pacíficos de tal manera que no se pongan en peligro ni la paz y la seguridad internacionales; y la obligación de los Estados de abstenerse en sus relaciones internacionales de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado. Además, las acciones de Trump debilitan el sistema de alianzas que, paradójicamente, ayudan a proteger sus intereses. Canadá es miembro de la OTAN. Groenlandia se encuentra bajo la soberanía de Dinamarca, la cual también es miembro de la OTAN y, además, es miembro de la Unión Europea.
Es como si el Trump, en lugar de esforzarse en construir una alianza en defensa del orden internacional actual amenazado por Rusia en Ucrania, estuviese decidido a debilitarlo aún más.
Ello apareja varias consecuencias.
Primero, legitima la idea de que los Estados más fuertes tienen el derecho de imponer unilateralmente su voluntad a los menos poderosos. Lo que significa reemplazar el respeto a los principios, normas e instituciones del sistema global actual (con todas sus limitaciones y defectos) por el unilateralismo, y sustituir la previsibilidad y confiabilidad que aporta el orden actual por las acciones de cada una de las potencias de turno.
Segundo, esa estrategia política emprendida por una gran potencia fija ejemplos y precedentes que se difundirán del nivel global al regional y de este al de las relaciones entre Estados vecinos. Si Rusia tiene el derecho de invadir impunemente a Ucrania, si los Estados Unidos se consideran con el derecho de desconocer tratados y de apropiarse de sus vecinos ¿qué impide que otras potencias medianas o más pequeñas se consideren habilitadas para seguir el mismo camino? El orden internacional es uno e indivisible y las consecuencias de su fractura también serán una e indivisibles.
Tercero, destruir la confianza en el orden internacional e imponer como principio el unilateralismo y la prepotencia, atizará las carreras de armamentos entre los países (algo que ya está sucediendo). A medida que cada Estado concluya que los principios, normas e instituciones globales y regionales son impotentes o inútiles para protegerlo y darle seguridad, invertirán en armamentos, incluyendo, los que puedan, en el máximo seguro de las armas nucleares.