Esta semana se reunió en Uruguay la crema y nata del periodismo. Eso porque la Unesco eligió al país como sede para la conferencia sobre Libertad de Prensa, que abordó, entre muchos otros temas, la crisis que enfrentan los medios de comunicación ante “el asedio digital”.
Pero no será esta otra nota de un periodista golpeándose el pecho, declamando sobre la importancia de su función. El tema es que a mitad de este evento saltó una noticia “bomba”.
La nueva edición del ranking de libertad de prensa de Reporteros Sin Fronteras ubicaba a Uruguay en el lugar 44, cayendo la friolera de 26 puntos desde la última entrega. En los pasillos del Centro de Convenciones de Punta del Este no se hablaba de otra cosa, y nadie se podía explicar los motivos de ese derrumbe en un país pacífico, con democracia plena, y el mejor ubicado en materia de transparencia.
Tampoco lo pudo explicar la organización. Su vocero esbozó algunas chapuceras justificaciones sobre cambios metodológicos, temas económicos... Las explicaciones no convencían a nadie, sobre todo teniendo en cuenta que según este informe es más seguro hacer periodismo en Sudáfrica, en Timor o en Moldavia que en Uruguay. ¡Hasta Argentina nos supera! Mire, hace un par de años compartimos un programa en EE.UU. con una decena de colegas de todo el mundo. En particular, hicimos buenas migas con el enviado de Sudáfrica, Daneel Knoetze. Las cosas que contaba de lo que era ejercer el periodismo bajo el gobierno de Jacob Zuma hacían que la comparación entre su realidad y la nuestra no solo sea absurda, es una frivolidad.
El tema de fondo es que hay en nuestro país un nicho de periodistas que agitan el fantasma de que en Uruguay se habría vuelto más complejo ejercer esta tarea desde el cambio de gobierno.
Tal vez el puntapié inicial de esta “campaña” lo dio aquel informe de la TV Alemana, donde el ex relator de Libertad de Prensa de la OEA, Edison Lanza, hoy asesor del intendente Orsi del MPP, era la única fuente que alertaba sobre esta situación. Luego están los informes de una entidad llamada Cainfo, fundada por el propio Lanza, que en su última edición va por el mismo lado, señalando su preocupación por la proliferaciones de denuncias penales contra medios, o los twits de Graciela Bianchi.
Acá permita el lector un par de referencias personales para dar contexto. En más de 15 años de redactor responsable de El País este autor ha debido concurrir a decenas de audiencias penales. Son algo desagradable, sí, pero parte lógica de un sistema donde la prensa no tiene carta blanca para decir cualquier cosa. El problema no es que te denuncien, es qué pasa después. En el 99% de los casos la Justicia actúa de manera razonable. Y, por supuesto, jamás se le ocurrió a El País salir a flagelarse públicamente y decir que se violaba la libertad de prensa.
La noticia de que es más seguro hacer periodismo en Sudáfrica, Timor o Argentina que en Uruguay levantó una justificada polémica en el país.
Quienes se duelen tanto por Bianchi parece que algún golpe les afectó la memoria. Solo así pueden agraviarse ahora, y no haberlo hecho con los insultos de Mujica, Huidobro, Marina Arismendi, María Julia Muñoz, y tantos más. ¡Caramba! Tabaré Vázquez hizo una distinción pública de medios afines y “contras”, y Lucía Topolansky hablaba de canales de TV “amigos” y de los otros. ¿Qué periodista ha tenido algún perjuicio concreto y personal tras haber recibido críticas de Bianchi? ¿No nos pueden criticar ahora?
Otra anécdota personal. Hace unos años un asesor del intendente Daniel Martínez nos pidió una reunión. Allí se quejó amargamente de la cobertura del diario, y en especial de un periodista. En la mesa de al lado del café estaba Daniel Figares, que hasta nos sacó fotos escondido en la puerta del baño, y luego armó un escándalo denunciando presiones indebidas. Ante tanto pamento, este autor no tuvo problema en señalar públicamente que nunca había sentido presión alguna. Todo el mundo tiene derecho a quejarse de la cobertura de un medio. Y hay veces que tienen razón, estamos lejos de la perfección. En tanto la queja no suponga acciones concretas para forzar un cambio de tono, está todo bien. Y eso, para ser sinceros, nunca ocurrió de parte de Martínez. Seguro que había algún criterio razonable para ello. El tema es que el periodista en cuestión siguió haciendo su tarea y no pasó nada.
Si usted quiere señalar un episodio de real peligro para la libertad de prensa en Uruguay hablemos de la orden de allanamiento tramitada por una jueza para averiguar las fuentes de un informe de Ignacio Alvarez. Eso sí es grave. ¿Quiere saber algo insólito? A muchos de los que hoy se quejan del clima para el periodismo en Uruguay, eso les pareció perfecto.
Este es un país envidiable para hacer periodismo, salvo por su escala y mercado, cosa que afecta a todas las industrias. El tema es que parece haber gente que pone su vocación partidaria por encima de su consideración por la imagen del país. Y del sentido del ridículo.