A los uruguayos no nos gusta admitir que sufrimos una grieta. Pero la verdad es que ella está totalmente instalada.
¿Qué entender por grieta? Se trata de la separación amplia, profunda e irreparable entre dos mundos políticos distintos e irreconciliables que se enfrentan en visiones de países divergentes y que no logran acuerdos de síntesis superadoras y consensuadas. Como nuestra política conserva cierta pequeña escala, la grieta oriental no impide convergencias puntuales, arreglos parciales o pactos menores. Empero, en los grandes temas, la divergencia es amplia, profunda e irreparable.
De un lado, la coalición de izquierdas en el Frente Amplio (FA); del otro lado, la Coalición Republicana (CR) con sus cinco partidos. Y la separación ocurre en todo lo relevante: en la forma cómo se enfrentó la pandemia; en las actuales prioridades macroeconómicas; en los objetivos de inserción internacional; en las concretas políticas de seguridad; en la hondura y oportunidad de la reforma de la seguridad social; o en los instrumentos y la evaluación de la reforma de la educación.
Busque el gran tema nacional que quiera y encontrará allí una separación amplia, profunda e irreparable entre dos mundos distintos. Para el caso del FA, no es que se javiermirandice Pereira al dejar de lado un supuesto antecedente personal conciliador y ponerse al frente de un discurso tenaz, duro, opositor y promotor de la grieta.
Es que, en realidad, es cuando fija esas posiciones tan divergentes con relación a la manera de entender el mundo de la CR que Pereira ocupa su genuino lugar de representación política del FA. Y, al mismo tiempo, expresa sin medias tintas su profunda, personal y sincera subjetividad izquierdista.
Además, la grieta ya no solamente abarca divergentes interpretaciones de la realidad, sino que, para el caso de Pereira en particular, ensaya una ruptura epistemológica fundamental. En efecto, el problema ya no es que los de la CR sean neoliberales o conservadores, y por tanto moralmente inferiores, y que sus respuestas de políticas públicas sean equivocadas: todo eso forma parte de la grieta tradicional del FA, esa que hace décadas apela a lo moral para marcar divergencias políticas sustantivas.
Lo importante ahora es que la grieta se extiende a las herramientas mismas que nos damos para interpretar la realidad. El índice de Gini que mide la desigualdad no cambió sustancialmente en los últimos cinco años; para Pereira eso no importa, hay más desigualdad. Los ingresos de los hogares retornan al alza, junto con la baja del desempleo; para Pereira no importa, hay menos poder de compra por grandes pérdidas de salarios reales (que, en realidad, tampoco son tales). La pobreza que subió en 2020, ya bajó en 2021; para Pereira no importa, hay más pobres y más hambre. Hay menos crímenes que en 2019; no importa, Pereira dice que se añora el 2019.
El FA de Pereira está yendo más allá de genuinas diferencias de valoraciones sobre la realidad: está dinamitando todo terreno de entendimiento posible sobre los datos de lo que efectivamente está pasando en el país. La grieta de Pereira, de talante kirchnerista, trae consigo la deslegitimación de cifras o índices objetivos.
Si la CR no lo enfrenta desde ya, tendrá serios problemas proselitistas en 2024.