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Perdé el celular

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Es probable que hoy, último día del año, se llegue a un récord de comunicaciones interpersonales vía teléfono celular en todo el mundo. El intercambio de saludos y buenos deseos para 2024 impone al artefacto absoluto y planetario como el más importante y personal que hoy existe en función de su uso masivo.

Con una población estimada en 7.400 millones de personas, el mundo tiene 7.700 millones de suscripciones a teléfonos móviles, es decir, hay más celulares que habitantes. ¿Eso qué significa? Está claro que se trata del invento más difundido de la historia porque el número de líneas habilitadas para su uso supera al número de personas que existen en el planeta. Pero ¿se trata de un ingenio neutral, como un refrigerador o una licuadora? ¿Es inocuo como un microondas o una aspiradora? Claramente no.

Nadie duda de que las invenciones humanas, desde la rueda, el dominio del fuego o la escritura determinaron la evolución de la especie y dieron impulso a diferentes civilizaciones. El largo camino recorrido por el hombre hasta hoy está jalonado por inventos trascendentales y decisivos y eso está registrado no solo en los anales históricos, sino también en la vida diaria, que ofrece un sinfín de momentos en que la creatividad y el progreso tecnológico y científico se manifiestan.

Desde tomar un analgésico para el dolor de cabeza o un ómnibus para ir a trabajar, todo remite a un avance, a un salto civilizatorio que implica siempre un antes y un después. Han sido tan abrumadores los saltos de la última mitad del siglo pasado y el primer cuarto de lo que va de este, que casi no se tiene tiempo de aquilatar los beneficios o los posibles perjuicios que muchos de esos avances implican. En general, se tiende a pensar que toda innovación en el terreno que sea significa una mejora, un logro que favorece a la humanidad y nos facilita la existencia. Es probable que eso sea así en un altísimo porcentaje de casos.

En este panorama mundial crítico y cambiante, la invención de la internet resultó ser el cambio más trascendente de los últimos tiempos en lo que a comunicación se refiere. Concebida como una red comunicacional para uso militar, terminó siendo un avance de uso civil, cuyos orígenes se remontan a 1969, cuando se estableció la primera conexión de computadoras, conocida como ARPANET, entre tres universidades en California. A partir de entonces la humanidad jamás estuvo tan interconectada como hoy.

La telefonía móvil o celular, desarrollada a partir de la década de los 40 en Estados Unidos, evolucionó hasta que en 1973 se fabricó el primer teléfono móvil e inalámbrico y a partir de entonces, la comunicación telefónica se convirtió en un insumo personal que rediseñó la vida de las personas y el vínculo entre ellas.

La evolución tecnológica del primer teléfono móvil patentado por Motorola en el siglo pasado, grande y pesado como un zapato número 47 y que solo servía para hablar por teléfono, ha desembocado en un artefacto complejo, seductor y tan necesario como un marcapasos, para quienes sufren de arritmia cardíaca o un audífono para los que padecen problemas de audición. Hay una frase que suelen decir quienes extravían su teléfono celular y no lo recuperan: “Toda mi vida está en él”. Y de eso se trata: el bendito aparato ha logrado apropiarse de la vida de quienes lo usan, en el sentido de que el control que ejerce sobre nosotros y las necesidades que cubre lo convierten en un instrumento de dominación, vigilancia, distracción y mengua de tiempo para otras actividades.

Ha llegado la hora de decirlo: el teléfono celular tiene la capacidad suficiente para destruir la civilización. Basta decir que con un celular se puede detonar una bomba. Cuando George Orwell escribió su distopía de 1984, con el televisor que en cada casa no solo difundía la prédica y mensajes del Gran Hermano, sino que también observaba a cada televidente, no imaginó que llegaría un tiempo en que la mayoría de los habitantes del planeta llevaría consigo un aparatito que multiplicaría el control sobre ellos con su total complacencia y aceptación.

Consigno otro dato asombroso que se complementa con lo anterior: se sabe que en 2021 el promedio mundial de tiempo de uso del celular fue de 4,8 horas por día, lo cual supone un tercio del tiempo que una persona está despierta. Podemos conceder que parte de ese tiempo se aplica a distintos trabajos o tareas útiles que se cumplen utilizando el celular. Pero la realidad es que ese promedio de horas incluye además el tiempo que se dedica a causas fútiles, innecesarias o superfluas. En tal sentido, las redes consumen buena parte de ese tiempo y la utilidad que reportan siempre es relativa.

Lo cierto es que, con el artefacto absoluto, por debajo de sus indudables utilidades que facilitan la vida y la comunicación, se despliegan otras funciones que sin que nos demos cuenta nos ensimisman y aíslan. El celular ya controla parte de nuestra vida y hoy casi puede equipararse a un arma desestabilizadora que coloniza la mente y aísla a las personas.

Pese a los beneficios, los perjuicios del uso del celular son muchos y la ciencia ya ha detectado varios que tienen que ver con el hábito de estar conectado todo el tiempo so pena de padecer nomofobia, la inquietud provocada por la ausencia del móvil: este trastorno produce síntomas de ansiedad y angustia cuando la persona no tiene a mano el teléfono celular. Eso me atrevo a definirlo como la droga electrónica. Y como toda droga, es adictiva y a la larga destruye al que la consume. Vivimos bajo una dictadura, pero no nos damos cuenta.

El artefacto también ha devenido en un instrumento de lucha, de difusión política, inclusive de promoción de acciones justas, pero también de movilizaciones violentas que ni siquiera visibilizan un líder. La descalificación y el insulto bajo el amparo del anonimato cobran una virulencia inédita, al punto que muchos consideran a las redes la cloaca de la civilización.

El teléfono móvil hasta puede provocar una tormenta política, como los chats que culminaron con las renuncias de dos ministros y un subsecretario del actual gobierno. “Vos perdé el celular” fue la frase clave en una conversación telefónica entre dos implicados. Creo que, además, es una de las frases del año que termina, aunque de acuerdo al contenido de esta columna, en realidad se trató de un buen consejo.

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