No me gusta nada la idea de abandonar el lema Partido Nacional para fusionarnos con otros partidos.
Entiendo el argumento de matemática electoral, que puede perjudicarnos en la adjudicación marginal de bancas si vamos solos. Es, en sí, un argumento irrefutable.
Pero el punto está en el precio que habría que pagar.
Suele argumentarse en favor de un lema “Coalición Republicana”, que no cambiaría nada de fondo. Para algunos - poco pispeados - porque no ven grandes diferencias entre los partidos tradicionales. Otros, algo más duchos, argumentan que una fusión electoral no afectaría la identidad de los partidos que la integran: seguirían siendo lo que son, con su identidad, su contenido y sus tradiciones y, como ejemplo sustanciador, citan el caso del FA, el cual, para ellos, demostraría eso.
Pues, no es muy buen ejemplo.
Sólo dos de los partidos que constituyeron el FA en 1971, sobreviven hoy, y uno de ellos muy disminuido: el Partido Comunista y el Partido Socialista.
El resto, desapareció. Como también desaparecieron (o están por), otros partidos que se incorporaron al FA después de 1984: el PGP, Asamblea Uruguay, la Vertiente Artiguista… No consiguieron sobrevivir manteniendo su identidad.
No puedo probarlo, pero temo que ese fenómeno ocurra si se sigue la idea del lema único.
Implicaría una serie de elementos que naturalmente, tensionarían hacia el centro: autoridad única, programa común, coordinación de políticas, mensaje común…. Etc. Todo eso dificulta el mantener una identidad y nutrirse de tradiciones y pensamientos propios.
El contrargumento es: ¿para qué querés una identidad? ¿para qué sirve? y ¿le sirve al país?
Este es el cerno del asunto.
Yo creo que sí. Y aunque me centro en el caso de mi partido, no creo que sea el único.
El Uruguay se creó entorno a los partidos tradicionales. Eso no es un mero dato histórico, es un fenómeno político y sociológico. Esos partidos forjaron el Uruguay y, a la vez, se forjaron a sí mismos en el proceso. Constituyen el sistema de partidos más antiguos del mundo.
Estamos viendo en todo el mundo un fenómeno de desaparición de partidos establecidos y resquebrajamientos de sistemas de partidos, con consecuencias muy negativas para el funcionamiento de la Democracia: inestabilidad, populismos, outsiders…etc.
Creo en la relevancia política de mi partido. Primero, por los valores que encarna y que ha sostenido (no siempre con el coraje y la convicción necesarias), desde sus orígenes. Valoro también su tradición, fuerza de arraigo a la querencia (de la que hablaba Herrera) y aún por su folklore, que Wilson entendió tan bien y sobre el que se apoyó brillantemente.
No arriesgaría eso por una banca senatorial (que quizás no habríamos perdido esta vez si hubiéramos desplegado a todo trapo, sin temores ni remilgos, las banderas del Partido Nacional).
Sin querer ofender, creo que el Partido Colorado da un ejemplo de lo que no es bueno que suceda y que yo no quiero que le pase a mi Partido.
A cierta altura de su historia perdió la “esencia” Colorada a manos del Segundo Batllismo que, con raíces poco profundas, dio frutos que el Frente cosechó y al hacerlo lo desarraigó. Me resultó muy significativo que la única mención al batllismo que escuché en la pasada campaña electoral, fue en boca de Yamandú Orsi.
Tengo para mi que el camino de la reconquista del poder, pasa primero que nada por el fortalecimiento de los partidos tradicionales, de sus valores y sus tradiciones, todo ello decantado en mecanismos de comunicación modernos, utilizando las redes y sus algoritmos, en paralelo con una organización y una militancia adaptada con los tiempos.
Hay que emplear los próximos años en reinventarse y en emprender la tarea de llegar a quienes no nos leen, ni nos oyen, ni se identifican con nosotros. En contrarrestar el relato frentista con una transmisión moderna de nuestros valores y propuestas, en aquellos medios que la gente utiliza y allí provocan el intercambio y la cercanía.
Después, podemos pensar en estrategias electorales.