Tenemos un problema. Serio. Políticos, economistas, encuestadores encuentran cada vez más difícil explicar cosas importantes que pasan en nuestras sociedades.
Y los intentos por usar las herramientas habituales de esta élite para comprender, no ya anticipar, las reacciones de la gente “normal”, chocan contra un muro de hormigón, cada vez más seguido.
Si nos vamos al exterior el panorma es clarísimo. Desde el plebiscito en Chile, donde nadie anticipó un rechazo tan lapidario al proyecto de Constitución de Boric, pasando por el crecimiento de alguien como Milei en Argentina (hace días juntó a casi 40 mil personas en... ¡Tucumán!), o el despatarre de las encuestas en Brasil, donde nadie anticipó que el candidato “populista”, “ultraderechista”, “negacionista de la pandemia”, pudiera lograr tantos votos.
Sobre este último fenómeno hay un par de detalles reveladores, aunque a algunos les genere caspa. Pese a que medio Hollywood, tres cuartos de la Unión Europea, y el 100% de los organismos internacionales condenan a Bolsonaro por sus políticas ambientales, el presidente votó muy bien en la región amazónica.
Los estados de Acre, Rondonia, Roraima, Mato Grosso, y buena parte de los municipios de Pará, vieron amplias ventajas de Bolsonaro. Incluso en Manaos, la capital urbana de la Amazonia, le ganó por más de 15 puntos a Lula.
Ahora bien, ¿es tan exótico eso? La verdad que no. Más allá de la visión snob de los campus universitarios primermundistas, parece obvio que un joven yanomami actual aspira a lo que aspira cualquier joven del mundo. Quiere un Iphone, quiere viajar, quiere escuchar la musica pop de su antojo en Spotify, y desarrollarse humana mente como cualquier igual de esos que ve por TV. Sí, probablemente busca cuidar su cultura y su ambiente, pero no que lo condenen a ser un museo viviente para que vengan grupitos de mochileros suecos a sacarse fotos en su año sabático antes de ponerse a trabajar en alguna firma “tech”.
¿Nadie lo vio venir? “Nuestra brújula está rota”, dijo un analista brasileño esta semana. Y en Uruguay pasa lo mismo. Estamos en un momento de alta tensión, marchas, protestas, reclamos. La oposición denunciando tres apocalipsis por semana, y su batería de twitteros afines, azuzando escándalos que los periodistas nos peleamos por difundir.
La distancia entre la agenda de políticos y periodistas, y lo que preocupa a la gente de a pie crece cada día. Así pasan las cosas que pasan.
¿La realidad? La mayoría de los uruguayos está en otra cosa. Las encuestas (serias) muestran un apoyo sostenido y alto al gobierno, y que preocupa la economía y la seguridad, como es obvio. En el caso de los paros, ni Abdala se cree que un millón de personas se adhirieron a la última huelga, en las ocupaciones en la educación los propios activistas confesaban que no tenían gente, y en la mega marcha por la Udelar, los organizadores dijeron que fueron 50 mil personas. Que habrán sido la mitad. Los mismos que van a marchar por cualquier cosa.
Tal vez la confesión más reveladora fue cuando Alfie se mostró sorprendido de que no bajara la pobreza pese al aumento de las transferencias de dinero, y que no tenía explicación. Una confesión de ignorancia que es un bálsamo de humildad, frente a otras ostentaciones de sabiduría vacía.
Claro ejemplo, el caso de las “ollas populares”. Resulta que a los diez días de asumido el nuevo gobierno explota el hambre y la solidaridad charrúa responde con ollas populares a granel.
Dos años después, periodistas y expertos siguen derramando melaza en forma cotidiana hablando del hambre y la solidaridad, y nadie se anima a preguntar lo obvio: ¿Por qué sigue siendo necesario esto? O mejor aún, ¿es necesario? Se llega a cuestionar que un jerarca se preocupe del destino que un privado da a la plata de todos. ¿No debería ser al revés?
La distancia entre estas prioridades, y las de la gente común, esa que sale en excursiones masivas de pueblos del interior a hacer bagayo a Argentina, o los que se preparan para la temporada turística, es cada día más grande.
Lo mismo que con el tema de la educación. Los medios llevamos meses dando aire a jerarcas y sindicalistas exprimiendo detalles que les importan solo a ellos, y un 1% de la cobertura a explicarle a esa madre en qué cambiará el liceo el año que viene para su hijo.
Una increíble: esta semana hubo huelga en el Correo. No se enteró nadie, claro, porque nadie lo usa. De hecho, el reclamo es para que un porcentaje de los envíos del Estado sean derivados a ese ente público. ¿Usted sabe que mantener el Correo nos cuesta a los uruguayos 30 millones de dólares por año? ¿Sabe todo lo que se podría hacer con esa plata? De eso no se habló ni un minuto en ninguna radio, en ningún canal.
Muestras flagrantes del foso que existe entre el “círculo rojo”, o sea la gente que marca la agenda del país, y la gente de a pie. Foso que si no nos preocupamos por cerrar, la realidad nos seguirá pegando revolcones periódicos, tan dolorosos como chocar contra un muro de hormigón.