Yonatan Netanyahu dio su vida para salvar a cientos de israelíes secuestrados. Fue el único miembro del Sayeret Matkal que cayó abatido durante el asalto al aeropuerto de Entebe, donde ese cuerpo de elite liberó a casi todos los 248 israelíes del vuelo 139 de Air France, que había sido desviado por fedayines palestinos hacia la estación aérea de Kampala, la capital de Uganda.
La operación militar de altísimo riesgo en la que murió el teniente coronel Netanyahu, logró en abril de 1976 que regresaran vivos a sus hogares casi todos los israelíes capturados por el Frente Popular de Liberación Palestina (FPLP). Su hermano menor y actual primer ministro de Israel es el principal responsable de una operación militar que ya costó la vida a más de mil soldados israelíes y a más de sesenta mil civiles palestinos, de los cuales casi la mitad son niños, logrando el regreso a sus hogares de muchos menos israelíes que los rescatados en 1976 de los fedayines del FPLP y del criminal dictador ugandés Idi Amín.
El mayor de los hermanos Netanyahu murió rescatando y triunfando, pero el menor está fracasando con su guerra de tierra arrasada que va a cumplir dos años sin haber acabado con Hamás ni rescatado la totalidad de los rehenes. Quien ha logrado su objetivo es la abyecta agrupación yihadista que masacró civiles israelíes buscando que Netanyahu haga exactamente lo que hizo: lanzar una operación militar de devastación y exterminio, que manchara la imagen de Israel e hiciera flamear en el mundo entero la bandera palestina.
A esta altura de las calamidades padecidas, la mayoría de los gazatíes deberían tener en claro que morir de hambre o bajo las bombas y disparos israelíes, es precisamente la estrategia de Hamás.
Debería estar claro porque, desde que en el 2007 asesinó a los funcionarios de la ANP y a los dirigentes de Al Fatah para monopolizar el poder en la Franja de Gaza, nunca les construyó refugios antiaéreos ni sistemas de alarmas. Tampoco le pidió a Irán misiles interceptores de misiles para atenuar la destrucción de los bombardeos.
Que los gazatíes estuviesen desprotegidos cada vez que Israel respondía con sus proyectiles a los proyectiles lanzados desde allí contra las ciudades israelíes, es la estrategia de Hamas. Su guerra no se libra en Gaza ni en Israel, sino en la dimensión de la opinión pública mundial. Y apunta a estigmatizar a Israel como Estado criminal.
El sanguinario pogromo de octubre del 2023 estuvo diseñado para lograr exactamente lo que logró: darle al gobierno extremista de Netanyahu el casus belli que necesitaba (y posiblemente permitió) para lanzar una guerra de exterminio.
Ni las tres guerras con países árabes ni la invasión israelí del Líbano en 1982 ni los enfrentamientos con Hezbollá producidos desde entonces, han dañado tanto la imagen de Israel ni provocado tanto aislamiento al Estado judío en el mundo, como la que desató Hamás.
La organización yihadista no habría obtenido semejante logro sin la ayuda de Netanyahu y de sus fanáticos aliados. El prestigioso analista político Thomas Friedman lleva tiempo describiendo en The New York Times el fracaso estrepitoso de Netanyahu en la guerra contra Hamás. Este respetado miembro de la comunidad judía norteamericana ha calificado al gobierno israelí como “el peor, más fanático y amoral de la historia de Israel”.
B’tselem y Médicos por los DD.HH. son dos ONG humanitarias israelíes consustanciadas con lo que ocurre en Gaza. Las dos acusaron de “genocidio” al gobierno israelí.
Entre otras figuras notables, se sumó a la denuncia de “genocidio” el escritor israelí David Grossman. Para el autor de Más Allá del Tiempo, resulta “devastador” entender “desde nuestra historia” lo que está ocurriendo en Gaza.
Pero no sólo Netanyahu y la organización que planeó el sacrificio de su propio pueblo para destruir la imagen de Israel, son culpables de esta catástrofe. También hay culpa en los países árabes que hicieron poco y nada para que Hamás deje las armas y salga de la Franja de Gaza para siempre.