Narcolismo Siglo XXI

En las dos últimas décadas, América Latina vivió una camada de gobiernos “progresistas” bajo el paraguas del llamado “Socialismo del Siglo XXI”. Con discursos antiimperialistas, refritados de viejas recetas fallidas, y el verso de la justicia social, se fueron instalando en muchos países. Pero con el tiempo y el ejercicio del poder, casi todos estos salvadores derivaron hacia un mismo lado: el narcotráfico. Negocio con el cual fueron permisivos, ausentes y hasta en algunos casos, tuvieron connivencia directa.

En Venezuela, la historia es tan conocida que aburre. De un Chavez decidido a cambiar el continente como lo quiso hacer Bolívar, el país llegó al presente con un Maduro jefe de uno de los grupos criminales más poderosos del continente: el Cartel de los Soles.

En Colombia, Gustavo Petro llegó a la presidencia prometiendo “paz total”. Lo que trajo fue un récord histórico en la industria de la cocaína. Durante su gestión, se duplicaron las plantaciones de coca y aumentó notablemente la producción de la sustancia.

En Brasil, la cosa es muy diferente. Lula asegura que los traficantes son víctimas de los consumidores y, mientras tanto, el Comando Vermelho y el PCC no paran de crecer, favorecidos por la mano blanda de la izquierda verdeamarela. No hay pruebas de complicidad, pero sí muchas decisiones que operan en favor del narco. Basta ver el decreto que impidió durante casi 5 años el ingreso de las fuerzas policiales a las favelas de Rio de Janeiro.

En Bolivia, lo de Evo Morales es inocultable. Chapare, su bastión político, produce cocaína como Uruguay vacas. El popular líder indigenista, expulsó del país a la DEA en 2008 y designó como jefe antidrogas a Maximiliano Dávila quien acabó siendo extraditado a EE. UU. por cargos de tráfico.

En México, el socialismo del siglo XXI llegó con “abrazos y no balazos”. Con promesas de paz y buena onda en una realidad donde la violencia del narco parece sacada de una película de Tarantino. AMLO entregó el territorio a los carteles para no armar lío. Con esas franquicias, el Cártel de Sinaloa se expandió como una empresa casi estatal.

En Ecuador, Rafael Correa trajo su revolución ciudadana. Echó a la base antiodrogas estadounidense q controlaba el Pacífico desde el norteño puerto de Manta, mandó mudar a la DEA, y las puertas del país quedaron abiertas para que el narco operara el quiosco sin sobresaltos. La mayor parte de la cocaína que se produce en los vecinos Colombia y Perú, sale para el mundo entre los atunes de aleta amarilla y los albacora manteños.

En Uruguay, la vena abierta bolivariana no traía coca en su torrente, pero sí petróleo y guita. Con Chávez primero y Maduro después, el mítico Mujica firmó acuerdos, hizo negocios y mandó a la cancha a intermediarios de dudosa reputación. Basta recordar el entrevero aquel con UMISSA y las casas prefabricadas por más de 150 millones de dólares que se irían a construir en Venezuela. Terminaron pudriéndose en un galpón en Caracas y de las 12 mil prometidas solo se construyeron 12.

Seguramente por todo esto, la región esté viviendo el masivo viraje hacia gobiernos alejados del populismo. Es que la gente puede ser un poco ingenua.

Pero cuando la realidad es tan notoria, hasta el más necio abre los ojos.

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