Mi no entender

La semana pasada estuve en Nueva York. Mi primera vez en la gran Manzana. Nunca antes había caminado tanto en mi vida. Rajé los tamangos, dijera Gardel. Y en esas interminables cuadras recorridas por Brooklyn, el Village, Soho y demás zonas turísticas, vi muchas papeleras y tachos de basura. Las hay por todas partes. Sin embargo, no vi un solo papel en el piso. La ciudad está impecable. Y eso que el tráfico de peatones es apabullante. Ríos de gente que van y que vienen.

Aquí, en Montevideo, donde somos cuatro gatos, se retiraron los basureros y las calles llenas de basura.

Mi no comprender.

También me desconcertó el silencio que reina en la mítica metrópoli. Cualquiera puede pensar que con el incesante tránsito de vehículos y personas, el bullicio debería ser abrumador. No es así. Nadie toca bocina, nadie insulta. Los automóviles son silenciosos. No hay motonetas con escape libre ni camiones añejos echando humo negro. Ocho millones de historias tiene la ciudad de Nueva York, decía Blades. Montevideo anda por el millón y medio y el barullo constante. Ensordecedor.

Mi no comprender.

En NY nadie te manga en las esquinas ni al estacionar el auto. La pobreza no se percibe. Apenas algún mamado en las escaleras del subte o un yonqui análogo a nuestros pastabásicos deambulando sin rumbo. Pero en las zonas concurridas son una rareza. Que esto ocurra en la tierra de Trump y la desigualdad, es desconcertante.

Mi no comprender.

Los precios son un fuego. Un almuerzo sencillo para dos personas, un par de hamburguesas y unas cocas, no baja de 3000 pesos. Lo mismo ocurre en las tiendas. Todo es carísimo. “Claro, la política de Donald”, me dice un amigo que encargó una campera y por teléfono, desde la tienda, le informo que con los dólares que me dio se va a tener que conformar con una gorra de los NY Yankees. No obstante, los locales están repletos. y la gente sale en miríadas con bolsas rebosantes. Los restoranes están abarrotados y, sin reserva, la chance de conseguir una mesa es mínima.

Mi no entender.

Lo más llamativo de NY es la falta de vergüenza de la gente en la calle. Andan disfrazados. Como si nada. Vi un tipo en Bryant Park que iba de calzoncillos, botas texanas y sombrero de coboy, tocando viejas canciones country con una guitarra desafinada. Nadie lo miraba raro. Al revés. También vi mujeres en tanga en pleno Times Square. Hombres de barba tupida y tacos altos. Otros de pijama. O lo que parecía ser un pijama. Es enorme el contraste con nuestra pacatería montevideana. Sin embargo, a la noche, mientras miro las noticias del paisito, veo que en realidad, la vergüenza se nos manifiesta solo a la hora de elegir la ropa con la que vamos a salir de casa. Pero en otros aspectos, no. Mire nomás los hechos recientes de nuestros políticos. La fiesta de 200 lucas que quiso hacer la vicepresidente, llena de artistas compañeres tocando canciones compañeres para alegría de los compañeres. Mire los Romanos y Rodríguez colocados en cargos de privilegio o los maridos ascendidos. Fíjese en los destituidos del gobierno por terrajadas como no pagar impuesto de primaria.

¡Ah, sí, estimado lector! En ese aspecto somos de lo más neoyorquinos. Sin un ápice de vergüenza. Sin un mínimo de pudor.

Mi no entender.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

premium

Te puede interesar