Medio vaso

Hace unos días, la periodista de La Nación, Luciana Vázquez, entrevistó al Dr. Ernesto Talvi, fugaz político colorado, acerca de los paralelismos entre el ajuste económico generado por el gobierno Milei y la experiencia uruguaya, a partir del gobierno del presidente Lacalle Herrera. En esa entrevista, el economista Talvi resalta la nota de continuidad en la política económica uruguaya, a través de gobiernos de signos distintos, resaltando lo que eso significa en términos de estabilidad.

Coincidentemente, dos días antes, escuché una charla del ministro Oddone, en la cual usó la imagen de nuestra política como una carretera de varias pistas donde, con cambios de gobierno, podían cambiar los andariveles de la autopista, pero no la dirección, símil que recoge la descripción de Talvi. En El País del pasado día 20, el ministro vuelve sobre el tema: “… estas características de la sociedad uruguaya de suave transición y de moderación en los procesos de cambio.. se vuelve un atributo destacable…”.

Esta visión es algo que uno escucha con frecuencia en boca de extranjeros, sobre todo argentinos: lo bueno de Uruguay es que no hay que temer cambios sustanciales. Lo que me recuerda una entrevista que me hizo Neber Araujo, allá por el 92, a poco de haber asumido el Ministerio de Economía, en la cual, con su estilo de periodista agudo (respetuoso y caballero), ante las reformas que proponía el gobierno, me preguntó por qué yo no me contentaba con el vaso medio lleno de la realidad uruguaya.

La pregunta es válida (y vigente): ¿por qué no dejar de insistir con una visión liberal que plantea reformas y aceptar lo que hay (valor)?

Pues, para responder a esa interrogante, primero veamos cuál es la parte vacía del vaso.

Empecemos por lo más obvio:

- Inseguridad (incluyendo crimen organizado)

- País caro

- Educación fallida

- Pobreza marginal e infantil

- Incidencia negativa o fastidiosa del Estado en la vida de la gente.

Por otra parte, subyace a todo eso, una pérdida de valores que contagia a la sociedad, marcándola con un cuadro de anomía y malestar/envidia.

Ahora bien, para responder honestamente a la inquietud, hay que hacerse algunas preguntas:

1. ¿Qué requiere el tratar de llenar lo que falta del vaso? ¿Esos elementos que anotamos?

Muy sintéticamente:

- Un abordaje eficiente del tema seguridad (que incluye inteligencia policial, presencia “pesada” en zonas críticas, otra política carcelaria y control de espacios territoriales).

Es decir, más recursos (con el corolario de que alguien deberá bancarlos).

- Reformas que aumenten la eficiencia y reduzcan costos: reforma del Estado, desregulaciones, reformas laborales, reformas en la educación.

Todas implican romper privilegios, afectar lo que muchas veces se llaman “derechos adquiridos” (hábitos incorporados). O sea, generan malestar incomodidad y - a veces - cierto sufrimiento, para mucha gente (funcionarios públicos, establishment educativo, etc.).

- Apertura comercial.

- Un enfoque diferente sobre el ataque a la pobreza y la marginalidad, que no elimina las transferencias y ayudas dinerarias, pero que las inserta en un abordaje más comprensivo.

Significa más recursos, pero, sobre todo, salir de esquemas estatales y abrir el juego a privados. No es fácil. Tampoco es un sacrificio espantoso.

2. La segunda pregunta es si el llenado del medio vaso vacío, implica vaciar parte del medio vaso lleno y hay que admitir que sí, en alguna medida. Para ser más preciso, en la medida de la complacencia, los privilegios y el acostumbramiento. Que, en definitiva, son cosas humanas. Es decir, duelen.

3. La tercera pregunta relevante es qué pasará si no hacemos nada y nos contentamos con el medio vaso lleno.

Pues, pasará lo que está pasando. No existe detener el tiempo, congelar la realidad. Aquí discrepo, respetuosa y afectuosamente, con mis amigos Talvi y Oddone. Quedarnos como estamos, seguir haciendo lo mismo, implica retroceder. Por la sencilla razón de que la realidad no es estática. Si nos detenemos, retrocedemos.

Esa es nuestra realidad, estamos retrocediendo. A veces con pausas, a veces con algún avance, pero la dirección no cambia. Como somos una sociedad manejada por viejos, eso se nota menos: los viejos sufrimos menos con la inercia. El mayor precio lo pagan los jóvenes.

Juega ahí también el tema de los valores: estamos tratando de sostener el medio vaso lleno cada vez con menos valores: nuestro objetivo se reduce al significativo saludo contemporáneo: “pasarlo bien”.

Quedaría la última pregunta: ¿es posible llenar el medio vaso? Por supuesto que sí. El punto es que no será fácil.

Pero, nada que valga lo es.

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