Más interrogantes que respuestas

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ignacio de posadas
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Primero los números: Votó el 85,6 % de los habilitados. 5 % menos que en el 2019.

No: 49,9% Sí: 48,8%

En blanco: 28.000 (menos que en 2019)

Anulados: 81.000 (54% más que en 2019)

Entre ausentes, en blanco y anulados, aproximadamente 495.000 ciudadanos se negaron a participar o a decidir. Dicho en otros términos, no dieron valor a la democracia directa.

Ahora las interrogantes:

1.- ¿Fue (en los hechos) un referéndum contra normas legales o un plebiscito sobre el gobierno? Claramente lo segundo. Los promotores resolvieron primero que iban a juntar firmas y recién después se pusieron de acuerdo sobre los artículos que utilizarían para captar gente.

2.- Si fue un plebiscito sobre el gobierno:

a) A 495.000 ciudadanos no le interesó lo suficiente como para pronunciarse.

b) Casi la mitad de quienes se interesaron votó a favor del gobierno y una proporción apenas menor lo hizo en contra.

3.- La explicación del primer grupo no ofrece mayores complejidades: afinidad con las posiciones del gobierno y/o de sus integrantes, no desplazada por su apreciación acerca de la gestión. Quizás haya habido ciudadanos no afines, pero sí reconocidos acerca de la gestión, al punto de superar sus inclinaciones políticas, pero no han de ser muchos.

4.- ¿Cómo se explica el voto contrario?

La gestión del gobierno puede discutirse en cuanto al grado, pero no ha sido tan mala como para incitar a un voto castigo. Ahora, que hubo deseo de castigar, no parece dudable. El punto está en que no se castiga por el hacer/no hacer, sino por el ser. La gestión del Presidente probablemente salvó la petiza: no está ahí la explicación del voto castigo. Tampoco en la coyuntura que, no siendo excepcional, dista mucho de ser mala.

La explicación está en otro lado: después de quince años de gobiernos, promedio (Vázquez I), malos (Mujica) o poco efectivos (Vázquez II), el FA conservó en las elecciones del 2019 casi la mitad del electorado. Otra vez, no por los logros, no por lo que se hizo/no hizo: por ser.

Las razones van más allá de las realidades de la vida concreta de la gente.

¿Será que esa gente no ve la realidad, o es que la ve de forma diferente a la otra “mitad” de la sociedad? ¿Fake news? Las hay, pero no creo que sean decisivas. Con las diferencias propias de las distintas situaciones, la gente ve un mismo universo real. Entonces ¿Por qué, si parten de una misma realidad, llegan a posturas tan diversas?

Creo que el quid está en que las explicaciones de las causas y de los remedios de y para esa realidad son distintos: muy distintos. Donde unos ven costos, trabas y distorsiones fruto de toqueteos burocráticos, otros ven un mercado salvaje; donde unos ven dificultades para exportar por costos excesivos, otros ven un afán de lucro que retacea beneficios, etc., etc.

Esas visiones, culturalmente generadas, se agudizan con el fragor de los enfrentamientos (políticos, gremiales, etc.) y se solidifican.

La noche del 27 de marzo el Presidente dijo que no creía en la existencia de dos Uruguay: yo sí y quiero estar equivocado. Hay un cerno, duro, que no ha cambiado en función de la realidad.

Esa misma noche, el Presidente anuncia que el gobierno encarará reformas de fondo que el país precisa (seguridad social, educación... y le faltó relaciones laborales y regulaciones). Enseguida, voceros de la “otra mitad”, retrucaron: “Ganaste apenas, tenés que dialogar, no se gobierna mandando si no consensuando”.

Recordando que este gobierno ha estado abierto a conversar mucho más que los tres anteriores y que la Democracia se basa en el principio de la mayoría, ¿cómo se traduce esta lexicología política? ¿Concretamente? FA: “Tenés que ceder y llevar mis posiciones”. Gobierno: “Conversamos, pero después votamos”.

¿Resultante? No hay que ser brujo para adivinarla.

¿Cómo se hace para acercar la cultura que respaldó el Sí a la realidad social y económica del Uruguay en este mundo que toca vivir?

Hay dos respuestas standard: 1) apertura (no solo comercial), para que la realidad entre por los ojos a la sociedad y sacuda el relato y, 2) educación. La primera no depende sólo de la voluntad del gobierno. Lo estamos viendo. Como dicen los gringos: it takes two to tango. La segunda es, a la vez, un escenario en el que se da con especial virulencia la esquizofrenia cultural y su producto: el trancazo.

El panorama es poco entusiasmante y de enormes dificultades para gobernar. Pero no hay otra que encarar.

Lo primero es tratar de bajar el contenido de inquina y agresividad que ha infectado nuestra política (y aún nuestra sociedad), potenciado por el instrumento de las redes.

El Presidente tendrá que extremar, (aún más), la paciencia y la seducción. Utilizar toda excusa posible (viajes, giras, inauguraciones, visitas del exterior...), para invitar dirigentes de ambas alas de la izquierda (político electoral y político sindical). A la vez, todos los dirigentes de la coalición tendrán que hacerle una promesa al santo de su devoción que no entrarán en disputas, rencillas, ni otras formas de conventillo político. El lema tiene que ser: suaviter in modo fortiter in re.

Como eso solo ni bastará, ni se podrá mantener, caso el nivel de provocación sea resistente al enfriamiento, la sociedad civil, los formadores de opinión, etc., tienen que contribuir. No rasgarse las vestiduras cuando se les dice que una cosa es la libertad de expresión y el periodismo incisivo y muy otra la mojada de oreja permanente en la búsqueda de titulares picantes.

El referéndum salió bien. Pero dejó un sedimento muy preocupante.

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