La semana que pasó estuvo captada por las reverberaciones del programa Santo y Seña. Allí la investigación periodística llevó al destape y desmonte del operativo enchastre urdido contra el precandidato del Frente Amplio Yamandú Orsi. El asunto acaparó toda la atención, en parte porque es muy serio y en parte porque es muy sórdido. El hecho es que tapó todo: esta semana no hay otro tema.
No obstante, luchando en desventaja contra ese foco de atención, propongo reflexionar sobre otro episodio de insospechada trascendencia que merece reflexión pública y política: me refiero a las riñas masivas, convocadas mediante internet, que tuvieron lugar en Montevideo.
Alguien puede pensar que se trató de episodios banales de hormonas adolescentes alborotadas y que con la aplicación de una legítima paliza de parte de los padres eso se conjura. Error. Lo que debe ser atendido y analizado no es la pelea sino la convocatoria.
Las redes permiten que se junte mucha gente de forma rápida, sin mucha preparación previa, sin un propósito trascendente y sin jefaturas, jerarquías o liderazgos. Lo que, por poner un ejemplo de estos días, a un partido político le resulta carísimo y casi imposible -juntar mucha gente para escuchar a un orador o una propuesta- es conseguido en dos patadas y sin gastar un peso por este tipo de convocatoria en las redes. Es una convocatoria donde no hay una cabeza responsable, hoy son por un asunto y mañana por otro distinto, siempre con un marcado tinte de enojo. En Chile fue por el boleto del subte: poca cosa, pero suficiente para prender fuego a todo, porque en realidad no era por eso.
Los medios proporcionan la posibilidad de la convocatoria masiva y, muy importante, la posibilidad de filmarse, verterse en las redes y sus actores poder verse a sí mismos como protagonistas. Se trata de movimientos básicamente antijerárquicos; ayer fue una convocatoria para liarse a trompadas, mañana puede ser para cualquier otra cosa: el instrumento está al alcance de cualquiera que aprenda a usarlo.
Al respecto es ilustrativo el libro de Martín Gurri titulado “La insurrección del público y la crisis de autoridad en el nuevo milenio”. Dice este autor: “cuando la magia digital transformó a los consumidores de información en productores de información, un orden establecido -en grandes jerarquías de poder, dinero y cátedra- entró en crisis”. Y agrega: antes el público era espectador, ahora, redes mediante, es actor. Ese público que se ha convertido en actor, no es ya un cuerpo fijo de individuos, está compuesto de amateurs y está fracturado en unidades agrupadas en torno a asuntos de interés para cada grupo. Se verifica hoy una especie de colisión en cámara lenta entre dos formas de organizar la vida. El verdadero cambio de época que vivimos ha sido la revolución en las relaciones entre lo público y la autoridad en todos los niveles de la actividad humana.
La política local tiene que prestar mucha atención al tipo de manifestaciones autoconvocadas como las que estallaron la semana pasada en Montevideo. Esto es más grave que lo de Romina.