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Entre médicos y economistas

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MARTÍN AGUIRRE
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El martillo tiende a creer que todos sus problemas son clavos. Más o menos así reza la llamada “ley del instrumento”, y en cierta medida esa es la disyuntiva en que estamos hoy los ciudadanos del mundo en medio de esta pandemia.

Solo que en vez de martillos y clavos, tenemos a médicos y economistas que nos fuerzan a una disyuntiva entre urgencias de unos, y advertencias de los otros.

Pero está claro que no es así. Aunque al amable lector le suene exótico, los principales dilemas que enfrentamos hoy no son médicos o económicos, son políticos.

A ver, demos un paso atrás. Parece obvio que estamos enfrentados a una crisis sanitaria, con un virus para el cual no hay cura excluyente, y por lo cual debemos atender a lo que dicen los expertos. Estos expertos nos dicen que la única solución a corto plazo es evitar el contagio masivo para no colapsar los servicios de salud. Y que de a poco se vaya generando una inmunidad general que desinfle la epidemia, como pasó con el SARS o el H1N1.

Por otro lado tenemos a los economistas. Ellos ven con pavor que estas medidas de encierro están generando una caída de la actividad como no se ha visto nunca. Y advierten que de continuar así, corremos el riesgo de entrar en una crisis de consecuencias todavía peores que la que puede provocar la enfermedad. Si el coronavirus tiene una letalidad entre 1% y 5%, el derrumbe de la economía mundial puede matar todavía a mucha más gente. Y, por las dudas que los etéreos millennials y cómodos planificadores de boliche empiecen con su cantinela moralista, hablamos de muertes de veras. Gente que no tiene para comer, para comprar remedios, para productos de higiene básicos. Muerte que no tiene nada que envidiarle al deceso entubado en un CTI, digámoslo claro.

En medio de este choque, una mayoría de la sociedad, asustada, se siente obligada a linearse con uno u otro lado de la discusión. Pero hay una dimensión del debate que suele quedar opacada.

Y acá es que volvemos a hablar de política, con mayúscula. La política es la forma en que nos organizamos para vivir en común gente con ideas e intereses distintos. Y cuando discutimos de choque entre derechos esenciales como la vida o el bienestar económico, entre libertad individual y salud colectiva, hablamos de política.

En particular hay algo que se pierde de vista en este debate cuando, a impulsos de los médicos, se plantean limitaciones a los derechos individuales que fuerzan las costuras del contrato social. Y se toman decisiones peligrosas sobre la información que tienen derecho a conocer los ciudadanos. Tal vez suena un poco “volado”, pero veamos dos ejemplos claros.

Durante semanas, los médicos nos dijeron que los tapabocas no servían. ¿Era porque no servían? No. Siempre se supo que podían evitar en algo los contagios. Pero como temían que la gente saliera como loca y los agotara, entonces se buscó “desestimular” su uso. Bárbaro, pero ¿tienen derecho a tomar esa decisión por nosotros?

Otro. El Dr. Asqueta, número tres del MSP, dijo esta semana algo que parece indiscutible. Que tarde o temprano un porcentaje enorme de los uruguayos nos vamos a enfermar. Enseguida salieron muchos a decir que eso es un disparate, que esa es la estrategia que quiso poner en practica Gran Bretaña y “así le fue”. Y se han dicho cosas como que podría haber “reinfecciones”, aunque en Corea, donde se estudió más esto, los expertos afirman que los casos constatados son anecdóticos, y asociados a “falsos negativos” previos. Pasa que algunos dirigentes y médicos tienen miedo de la reacción popular. Y creen que nos engañan por nuestro propio bien. De nuevo, ¿tienen derecho a tomar esa decisión por nosotros?

Nuestro sistema político y democrático no salió de un huevo. Es el fruto de siglos de evolución de las instituciones. Y una de las cosas que hemos aprendido, es que no se puede organizar una sociedad, asumiendo que la mayoría es idiota, y que los que están en la cúpula de la pirámide deben decidir paternalmente por el resto lo que es mejor para todos. Esto aunque, efectivamente, haya un porcentaje importante de gente que sí, que es medio idiota y hace idioteces.

Pero las experiencias de organizar sociedades a partir de eso, siempre terminaron en cosas peores que las que se querían evitar.

La sociedad, los individuos, necesitamos que nos digan la verdad clara y nos dejen decidir como adultos. Incluso aunque después hagamos las cosas mal. En eso, es un soplo de oxígeno escuchar al Presidente hablar de “libertad con responsabilidad”. ¿Sabe por qué? Porque una sociedad donde una elite siente que tiene derecho a decidir lo que el resto puede o no saber, a regular nuestra conducta “por nuestro bien”, o a limitar derechos básicos como caminar por la calle, por la presión del miedo o de gente con desmedidas ansias de control, rápidamente se puede convertir en una sociedad donde no vale la pena vivir.

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