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Precaución inútil

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Luciano Álvarez
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El escritor francés Sthendal sentenció sobre el mundo de la ópera: "¿Alguna vez se asomaron a ese microcosmos que se llama teatro, Academia imperial de música, el Scala o San Carlo, poco importa? ¿Vieron todo lo que se agita allí de distintos intereses, luchas sordas, animosidades implacables?"

El caso que contaré bien merece este epígrafe de Sthendal.

En 1815, Gioachino Rossini, genio precoz de 23 años ya había compuesto una docena de óperas y estaba bajo contrato con Domenico Barbaia, empresario Napolitano, dueño del teatro San Carlo. El mismo estipulaba que habría de dirigir dos obras y escribir una ópera cada año.

No estaba estipulado que se enamorara de Isabel Colbrán, la estrella del teatro y amante de Barbaia, pero eso es otra historia.

Su contrato con Barbaia no excluía otro con el Teatro di Torre Argentina de Roma, para escribir y dirigir dos nuevas óperas originales en esa ciudad. La primera fue "Torvaldo e Dorliska", fracaso total en su estreno, el 26 de diciembre de 1815.

Rossini debía de salir rápidamente del mal trance y la nueva oportunidad estaba cercana. La próxima ópera debía estrenarse apenas dos meses más tarde, para los carnavales de 1816, pero apenas tenía materiales. Los carnavales eran la temporada alta de la ópera.

Para resolver su obra en tan poco tiempo Rossini echó mano a algunos recursos conocidos. Por un lado, el reciclaje de materiales propios ya utilizados en otras obras y por otro, encontrar una historia conocida. Eligió El barbero de Sevilla de Beaumarchais (1775), una apuesta segura: el público conocía bien los personajes por Beaumarchais, por la ópera de Mozart, de 1786 y las otras seis versiones operísticas de otros tantos compositores.

Particularmente exitosa había sido la versión de Giovanni Paisiello, un italiano muy apreciado en ese momento quien había escrito su "Barbero" en 1782, en San Petersburgo, cuando trabajaba para Catalina la Grande. La obra fue favorita del público durante los siguientes treinta y cuatro años y sólo sería desbancada por la versión de Rossini. Cuando Rossini comenzó a trabajar en su Barbero, Paisiello tenía 76 años y estaba retirado. Protocolarmente, Rossini le escribió explicándole que su intención no era competir con su obra. El viejo maestro le respondió que no tenía objeciones por medio de una obsequiosa respuesta. Pero, vanidoso, Paisiello, en el fondo, sólo amaba su música y vaya uno a saber si movió a sus partidarios.

Rossini y Cesare Sterbini, su guionista, hicieron público el profundo respeto que tenían por Paisiello, y que su intención no era otra que actualizar el tema a los gustos modernos. Incluso se proponían aunque no lo hicieron-- usar otro título: Almaviva o la Inútil Precaución. Nunca título mejor puesto: Inútil Precaución.

Rossini cuenta que escribió la música -- seiscientas páginas --, en once días. Con frecuencia los artistas suelen contar estas leyendas de cómo hicieron una obra maestra, "de apuro y de taquito", pero lo cierto es que trabajó rápidamente, bajo estrés y refritando , por ejemplo "La pietra del paragone" y la reciente "Elisabetta, Regina d´Inghilterra". Para la obertura utilizó la de la referida Elisabetta "(que había tomado antes ya, de "Aureliano in Palmira").

El Barbero de Sevilla de Rossini fue estrenada el 20 de febrero de 1816 en el Teatro Torre Argentina de Roma, bajo la dirección del propio autor.

Nadie sabe con certeza como se originó el escándalo pero, para ilustrarlo, pudiera decirse que merece haber inspirado aquella formidable secuencia de "Una noche en la ópera", cuando los Hermanos Marx introducen el caos en una representación de "Il Trovatore".

Aparentemente, los seguidores de Giovanni Paisiello, llegaron dispuestos a sabotear el estreno.

Las primeras protestas se escucharon cuando Rossini entró vestido con una chaqueta marrón, en lugar del ceremonioso y habitual frac.

La mala suerte también trabajó contra Rossini. La noche anterior había muerto súbitamente, el administrador del Teatro, el Duque Francesco Sforza-Cesarini, y no se sabe bien porqué la orquesta convocada estaba compuesta por "muchos músicos displicentes, muchos de los cuales eran trabajadores y bodegueros contratados ese día". Cierto es que Italia es un país musical, pero contratar aficionados parece un exceso.

Para el comienzo de la obra, Rossini, complaciendo la voluntad del famoso tenor español Manuel García, que interpretaba a Almaviva, compuso una romanza española con acompañamiento de guitarra a cargo del propio tenor.

Sin embargo nadie tuvo la precaución de afinarla adecuadamente antes del ingreso a escena, o quizás alguien tuvo la precaución de desafinarla.

Para colmo de males, en medio de la canción, reventó una cuerda, habilitando el comienzo del jolgorio. Mientras, un gato negro cruzaba lentamente el escenario.

El mas tarde célebre aria de Rosina (Una voce poco fa) también fue un problema. El público esperaba para la primera aparición en escena de la prima donna una gran aria de lucimiento, y justamente ésta se canta ya avanzado el primer acto. Para más drama la contralto Gertrude Giorgi-Righetti que interpretaba a Rosina tropezó y tuvo que continuar cantando con la nariz ensangrentada.

A esa altura ya no era posible escuchar nada en la sala, aunque todos los artistas continuaron trabajando estoicamente, los aullidos, los silbidos y el alboroto general del público eran insostenibles.

Finalizado el primer acto, Rossini, desde la dirección de la orquesta aplaudió con fuerza a sus intérpretes. El público lo tomó como un desafío y redobló las protestas. El segundo acto no marchó mucho mejor.

Luego de la representación, los artistas se dirigieron al Hotel donde se alojaba Rossini para consolarlo por el fracaso, pero lo encontraron durmiendo tranquilamente. O al menos lo fingió, porque lo real es que para la segunda función, adujo estar enfermo y no dirigió aunque el contrato lo obligaba a dirigir las primeras tres representaciones.

Ya sin revoltosos, en la segunda representación el público aplaudió la obra con entusiasmo, incluso un grupo numeroso se dirigió al para saludar al compositor pero este se negó a salir, lo que derivó nuevamente en protestas y caos.

En realidad a esa altura de los acontecimientos Gioachino Rossini, solo estaba interesado en una cosa de este mundo: Isabel Colbrán, de modo que tan rápido como pudo salió de Roma para Nápoles.

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