Corría el año 1980 y en el Cono Sur se vivía bajo durísimas dictaduras militares, con presos políticos, torturas sistemáticas, muertos y sin libertad. Fue entonces cuando nos sorprendió la noticia de que, a Adolfo Pérez Esquivel, fundador del SERPAJ, se le había otorgado el Premio Nobel de la Paz por su activismo por los derechos humanos en Argentina.
La noticia causó sorpresa en el mundo: el laureado no era una persona muy conocida, el SERPAJ tenía una trayectoria centrada en la resistencia no violenta y en la denuncia, y el Nobel ponía en el centro de la agenda a las prácticas de estas dictaduras. Se ponía a la Argentina en la agenda global y las prácticas de régimen quedaban a la vista de todas las personas con ideales democráticos, y de todos los gobiernos y organismos defensores de los derechos humanos.
La reacción del régimen fue de sorpresa e indignación. Que “es una operación de los enemigos de la patria”, que “divide a los argentinos”, que “genera inestabilidad”, que “no fomenta la paz interna”… Mientras, para mucha gente, fue un soplo de esperanza: había una organización de mucho prestigio que condenaba lo que estaba pasando y se sumaba a las denuncias. No estábamos solos, ni los argentinos ni los uruguayos, ni los chilenos, en nuestro sufrimiento y nuestra lucha.
Pensaba en todo esto en relación con el Premio Nobel a María Corina Machado. Ella no es solamente una luchadora por los derechos humanos, que lo es: ha denunciado permanentemente a un régimen que tiene presos políticos, que tortura, que dirige centros de reclusión como el Helicoide, organizados para el terror, que asesina opositores.
Pero, sobre todo, ella es líder de un movimiento inmenso de venezolanos que quieren la libertad, que quieren vivir en democracia. Ella lideró la gesta que llevó a unir las fuerzas democráticas y a ganar las elecciones nacionales del 28 de julio de 2024, que consagraron a Edmundo González Urrutia como presidente electo, unas elecciones en las que el régimen aún no ha podido terminar de contar los votos… aunque todas las boletas de los circuitos están colgadas en Internet y dan una victoria aplastante a las fuerzas democráticas. El Nobel coloca a Venezuela en la agenda global con un mensaje claro: el camino hacia la democracia y el respeto a los derechos humanos no debe demorarse. La dictadura de Maduro tiene que terminar.
Las reacciones del régimen han sido idénticas a las de la Junta Argentina y la derecha de ese país en 1980: que es una conspiración, que no representa a los venezolanos, que genera desunión, que no contribuye a la paz. Y uno no se sorprende por esto: todos esperábamos que la dictadura venezolana reaccione de esa manera. Y es lo mismo que hacen todas las dictaduras cuando la comunidad internacional las critica o cuando premia a un líder democrático opositor. Lo que sí sorprende son las declaraciones del gobierno uruguayo.
El canciller Lubetkin se pronunció sobre el premio Nobel a Ma Corina, diciendo que no era algo positivo, no contribuía a “los escenarios de paz”, que “dividió a América Latina”, que no ayuda a “bajar las tensiones”. Luego cuestiona que la Comisión Nobel pida la salida de Maduro, pues aparentemente según él la Comisión no tiene ese cometido, cuando justamente de eso se trata: apoyar un proceso de avance a la democracia. Triste parecido con la posición de la Junta Argentina en 1980 respecto del Nobel a Pérez Esquivel.
No hay lucha por la democracia que se resuelva sin protesta, sin movilización, en el fondo, sin conflicto. Se trata de lograr la caída de una dictadura, y las dictaduras nunca largan el poder amablemente.
Entonces, si lo que se busca es “bajar las tensiones”, lograr “sinergias”, estos procesos nunca deberían recibir el Nóbel… Rara teoría que la comisión Nobel no ha cumplido, cuando le dio el Nobel a Pérez Esquivel, pero tampoco a Lech Wałesa (1983 - Polonia), a Aung San Suu Kyi (1991 - Myanmar), ni a Kim Dae-jung (2000 - Corea del Sur), entre muchos otros luchadores por la democracia que han recibido el premio.
Es que la propia Comisión Nóbel hace años que amplió su concepto de paz, incluyendo lo que llama la “paz positiva”, que incluye los procesos de avance hacia la democracia, la lucha por los derechos humanos y la defensa de la libertad, entre varios otros conceptos.
Seguir insistiendo en que el problema venezolano es un conflicto entre partes iguales, donde hay que mediar, es un error que la izquierda democrática latinoamericana comete desde hace años. En la misma línea, la política exterior del gobierno uruguayo respecto de Venezuela, pese a que a regañadientes se declara que es una dictadura, parece que se basa en el mismo concepto erróneo: no se trataría según ellos de una dictadura que oprime a un pueblo, sino de un conflicto que hay que apaciguar, porque “genera desunión”.
¡Claro que genera desunión!
Están los que aún apoyan al régimen de Maduro - un régimen inhumano y opresor, que además está completamente agotado y sin perspectivas - y los que queremos la democracia. No hay que mediar entre dos partes, hay que conseguir la salida del chavismo del poder, cuanto antes. Cada día que pasa hay presos políticos sufriendo, hay torturas, y hay asesinatos políticos, además de la penuria de un pueblo que ha expulsado a más de 7 millones de exiliados y ha hundido al país en la miseria y la corrupción. Esto tiene que terminar, y tiene que ser ya.
Entonces, están los que quieren “bajar las tensiones” y los que queremos que Maduro se vaya, que se liberen los presos, se paren las torturas y empiece un camino de democracia para Venezuela. Están los que quieren encontrar “escenarios sinergéticos” con Maduro, y los que decimos que no da para más.
Queremos la unidad de América Latina, una unidad en democracia, un continente que promueve los derechos humanos, y no apaña dictaduras. ¡Queremos una nueva Venezuela democrática!