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Los peligrosos juegos de Musk

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El multimillonario Elon Musk se empeñó en comprar Twitter con el fin de que la red social se convirtiera en una plataforma sin censura alguna, siguiendo los principios libertarios que defiende.

Desde que adquiriera la compañía, que ahora se denomina X, Musk ha alentado cualquier tipo de publicación en nombre de la libertad de expresión que defiende a ultranza.

El primero que se beneficia de la manga ancha de la que ahora goza X es el propio Musk. Además de sus simpatías con el trumpismo y el ala más radical del partido republicano, el magnate tecnológico suscribe prejuicios antisemitas que ha diseminado por medio de sus tuits. Se trata de teorías de conspiración que culpan a los judíos de casi todos los males del mundo (George Soros suele ser el “hombre del saco” en muchos de estos sospechosos foros) y que Musk ha divulgado sin el menor recato.

Musk viajó a Israel para “blanquear” su mala imagen en pleno conflicto palestino-israelí después de los actos terroristas de Hamás. También el primer ministro Benjamín Netanyahu aprovechó tan extravagante visita en un doble operativo de relaciones públicas, por parte de un jefe de Estado que lidia con una crisis de imagen y de un empresario que pretende ocultar su antisemitismo con el golpe de efecto de un tour fríamente calculado para su beneficio. Lo que no queda claro es qué ganó Netanyahu paseándose en tan delicado momento con un personaje tan poco fiable como el nuevo dueño del antiguo Twitter.

Después de su puesta en escena en Israel, Musk se metió en otro lío al hacerse eco en X de una vieja teoría de conspiración que se desató en plena campaña electoral en 2016. Como parte de las campañas difamatorias contra Hillary Clinton, en aquel entonces circuló el bulo de que la aspirante a la Casa Blanca lideraba, junto a otros miembros del Partido Demócrata, una red de pederastia que operaba en las alcantarillas de Washington D.C. Eran publicaciones que se generaban en las entrañas más oscuras de las redes sociales y vinculadas al embrión de QAnon, escupidero en internet de todo tipo de teorías de conspiración. Fue tal la dimensión de aquella falsedad, que un sujeto de Carolina del Norte, radicalizado por aquellos rumores, viajó hasta la capital política armado con un rifle de asalto para “poner a salvo” a los infantes de los “pederastas” demócratas”. El hombre llegó a disparar sin que, por fortuna, hubiera víctimas que lamentar y se encontró con la sorpresa de que no había sótanos con niños que rescatar de las fauces de Clinton y su campaña electoral. El sospechoso cumplió cárcel, no sin antes declarar en el juicio que había sido víctima de teorías de conspiración que llegó a creer ciegamente.

Seis años después resulta ser que Musk retuiteó alegremente sobre el asunto, a pesar de que se trata de algo que carece de toda credibilidad y produjo un episodio violento que pudo haber acabado en masacre en Estados Unidos.

Además de su inclinación por las teorías de conspiración más tóxicas, Elon Musk se vale de su carísimo juguete -la adquisición del antiguo Twitter le costó 44 mil millones de dólares- para entretenerse con sus peligrosos juegos y avivar fuegos.

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