Ley de hierro de la oligarquía

Los blancos están atravesando un momento de oligarquización de su estructura partidaria. No es raro ni imprevisto. Pero sí resulta importante constatarlo y tomar conciencia de los riesgos que implica.

Por un lado, en su libro “Partidos Políticos, un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna”, publicado en 1911, Robert Michels formuló lo que se conoce como la “ley de hierro de la oligarquía”. Ella sostiene que el poder en cualquier organización, inevitable e independientemente de su estructura inicial, tiende a concentrarse en las manos de una pequeña élite. Para enfrentar ese proceso, que daña la tarea de ser reales intérpretes de la opinión pública, los partidos procuran tomar medidas de apertura, competencia y oposición interna, de manera de generar equilibrios inestables que hagan más difícil a ciertas élites apoltronarse en los órganos de dirección y afianzarse como una “oligarquía”.

Por otro lado, no conozco entre nosotros analistas que se hayan interesado más y mejor por este asunto que Romeo Pérez Antón y Carlos Pareja. En particular con relación a las consecuencias de la reforma electoral de la Constitución de 1997, ambos señalaron el riesgo de la deriva oligárquica que ella podía generar, en paralelo además a una mucho mayor tensión de todo el sistema en un sentido de polarización propio de la lógica implícita del carácter binario del balotaje. En particular, por ejemplo, Romeo Pérez ha escrito con acierto que la derogación en aquel año de la acumulación por sublema para la elección de Diputados fue una señal clara de ese mayor riesgo de oligarquización partidaria.

Cuando por un lado la renovación de autoridades de un partido se produce recién un año más tarde que la fecha de la cita electoral que la legitima en origen, como ocurre en este momento con el Partido Nacional, resulta evidente que hubo un funcionamiento aletargado y con poco peso político durante demasiado tiempo. Cuando por otro lado el liderazgo natural del partido no participará de su estructura de autoridades, se hace claro que su Directorio no tendrá consigo todo el peso gravitacional blanco en los próximos años. Y cuando finalmente es seguro que pasarán muchos meses antes que la autoridad representativa partidaria, que es la convención, siquiera analice un poco lo ocurrido con un ciclo electoral que, sin duda, fue un fracaso, es claro que el músculo propio de la política que es el debate y el intercambio de ideas está adormecido.

Lo propio de la oligarquización de una organización es rehuir el debate, evitar las discusiones, y limitar las decisiones a círculos restringidos -¿qué otra cosa fue, si no, la forma de definir en junio de 2024 la opción vicepresidencial blanca?-. En criollo: no hacer olas y conservar para un círculo pequeño la definición del rumbo colectivo luego pasivamente aceptado. Ciertamente, la competencia en torno a varias listas para integrar el futuro Directorio es una señal de apertura a juegos sectoriales. Pero ella no basta, si lo que se quiere es revitalizar a un partido que fue duramente derrotado en 2024, y que ni siquiera parece ser plenamente consciente de ello. Los blancos tienen el desafío de enfrentar mejor, pues, la ley de hierro de la oligarquía.

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