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“Las nubes pasan...”

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ALEJANDRO LAFLUF
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Durante las contiendas electorales muchas veces los ánimos se caldean y el cielo se nubla. Pero “las nubes pasan y el azul queda” como dice nuestro presidente. Ese azul nos unifica y nos cobija a todos. Es tiempo de despejar las nubes electorales y abocarnos al país -que no espera.

Para enfrentar la difícil realidad que se avecina, el Uruguay necesitará de la protección del manto de la unidad. No son tiempos para restar y dividir sino para sumar y multiplicar. Tenemos que darle un respiro a la contienda electoral si queremos darle una oportunidad política al país.

En una democracia ningún partido concentra todo el poder. El Poder se (re)parte entre los distintos partidos políticos. Y por la misma razón, se (com)parte la responsabilidad. Los partidos no son rivales irreconciliables en un juego de suma cero sino instrumentos al servicio de la gente. Y su principal responsabilidad compartida -con independencia del lugar que ocupan- es garantizar la unidad.

Como sabemos, no existe la unidad por la unidad. Ella tiene lugar siempre frente a un objetivo común. Concluida la lucha electoral, ese objetivo no puede ser otro que los problemas del país. Se transforma en un imperativo porque el objetivo superior de la política es atender los problemas de la gente. Y es un imperativo ético y político. Ético, porque ningún político -del partido que sea- puede anteponer sus intereses a los de la nación. Político, porque la unidad democrática nacional es la condición principal para el abordaje exitoso de los problemas que padecemos.

La unidad se juega en lo político porque las políticas públicas que la instituyen, requieren, acorde con su estatus, de consenso político que las legitime y las ponga a resguardo de la coyuntura, garantizando su desarrollo a largo plazo. La gravedad de los problemas que tenemos reclama políticas de estado. Y estas solo pueden pensarse con interés nacional, instituciones y largo plazo. Sin unidad, las instituciones se debilitan y las políticas de estado pierden consistencia y legitimidad. Por eso, parafraseando a Gandhi: no hay caminos hacia la Unidad, la Unidad es el camino.

Por supuesto la unidad será siempre unidad en la diversidad. Ella no es para los idénticos, sino para los distintos. Por eso mientras más amplia sea, mayores son sus diferencias. Pero mientras más claras las diferencias tanto mejor para la unidad (Fernando Mires).

No podemos eliminar nuestras diferencias -sería pecar de ingenuos- pero tampoco podemos sustituirlas -sería pecar de obtusos. Si aspiramos a a funcionar como uno, tenemos que lidiar con nuestras diferencias. Y la mejor forma de hacerlo es encontrando un denominador común.

Nuestro futuro presidente tiene razón cuando afirma “que nadie se piense que se trata de cambiar una mitad por la otra”, y tiene aún más razón, cuando nos llama a todos a “zurcir en el centro”. Nos está diciendo claramente que es necesario integrar nuestras diferencias en un orden superior (unidad en la diversidad) y que la clave para hacerlo es hallando un denominador común -zurciendo, precisamente, en el centro.

El centro, al que se refiere el primer mandatario, no es geométrico sino político. No se encuentra, se construye. Si dejamos que nos gane la división y el egoísmo de los intereses “políticos” particulares, si desacreditamos y socavamos la unidad nacional, entonces nos alejamos de ese centro y es imposible construir.

La unión de todos se consolida por niveles. Siguiendo a Fernando Mires, la unidad comienza al interior de cada partido. Continúa luego a través de la alianza con otros partidos, ampliándose, finalmente, a todas las fuerzas democráticas de la nación. Si la unidad no se da al interior de los primeros niveles, la tercera, la unidad democrática nacional, nunca podrá tener lugar.

A partir de esta alianza básica, deberá alcanzar dimensiones nacionales, incorporando a las iglesias, a los gremios de trabajadores, a los empresarios, a las organizaciones vecinales, al mundo de la cultura, en fin, a todo ese campo heterogéneo y contradictorio denominado “sociedad civil”, unidos todos alrededor de un eje común: que al país le vaya bien.

Vivimos en tiempos globales y acelerados donde a veces se pierde el horizonte. Cuando desaparece el horizonte no hay futuro y cuando no hay futuro (es igual en cualquier relación) no puede haber presente. En estos tiempos, más que nunca, es necesario diseñar un horizonte común y construir juntos un futuro.

Todos recordamos el discurso de la explanada municipal, en aquella madrugada inolvidable del 1º de diciembre de 1984, cuando en un acto de enorme generosidad y grandeza política, Wilson -recién salido de la prisión- le ofreció “gobernabilidad” al Uruguay consolidando así, definitivamente, su democracia. Vivimos tiempos distintos, pero la unidad sigue siendo un imperativo ético para todos los integrantes del sistema político uruguayo; y no solo porque sea necesaria para consolidar la democracia, sino porque por encima de todo -y esto lo sabía Wilson mejor que nadie- está el país.

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