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La rojosfera

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Año electoral. Los candidatos ya marcan sus perfiles buscando destacar en el barullo. Hemos visto singularidades, y de aquí a noviembre más de una vez podremos asombrarnos con los desbordes de originalidad que muchos harán para atraer la atención.

Pero las grandes líneas ya se notan, y muchas veces dejan entrever las verdaderas intenciones de las organizaciones políticas y de las personas. Las causas y el objeto de sus desvelos.

Obviamente, tienen mucha más ansiedad quienes desean desalojar del poder del gobierno a quienes lo ostentan, que estos últimos.

Lidiar con un presidente con gran aprobación, y con un gobierno eficaz y eficiente, que no teme rectificar cuando se equivoca, no es fácil. Se entiende el nerviosismo.

Y mientras en la coalición oficialista las cosas fluyen naturalmente, con la calma que da tener las ideas definidas y los valores claros, en tiendas del adversario esa imperiosa inquietud por asomar permite al observador común adivinar por donde van los tantos. Si es que parece un bazaar.

La roja izquierda (o el voluntarismo, que es la contracara del liberalismo), hace tiempo ya -por lo menos desde la implosión del socialismo real- que abandonó su afán universalista que de alguna manera se encontraba enraizado con la Ilustración. Venían mal desde su génesis, pero ahí se les fue el balde y la cadena.

Aquellos sueños utópicos que el mundo padeció vía Platón - Descartes - Rousseau - Marx - Engels - Lenin - Stalin - Fidel - Guevara, decayeron aún más con los contemporáneos Ortega - Chávez - Maduro - los K - Díaz Canel - ZP - Pedro Sánchez y toda la comparsa progre globalista de SP y Puebla. El nefasto legado de las revueltas del sesenta y ocho, logró sumir al Occidente otrora venturoso en una debacle moral y cultural que nos viene dejando atónitos con este espectáculo de total relativismo, el que me temo recién comienza.

Todo potenciado desde la caída del muro de Berlín por movimientos izquierdistas que ya sin el sustento teórico en los divagues del materialismo y el determinismo optaron por abrazarse al palo enjabonado de los cuentos identitarios de colectivos que brotan como hongos, siendo cada uno más sorprendente que el otro.

Asistimos a la consolidación de un mundo ficticio -no natural- con inflación de derechos, y con total carencia de obligaciones. Donde todo es poesía cursi. Y no es realidad virtual ni metaverso. Pasa aquí y ahora.

La rojosfera local parece centrada únicamente en hacer pie en la más rancia nostalgia yorugua para fundamentar su campaña electoral, aderezándola con el chimichurri woke. No miran al futuro, no quieren verse cara a cara con el riesgo, prefieren creer que somos un “paisito” predestinado a la medianía y la grisura benedettiana, e insisten en volver siempre a esa idea.

La del naides es más que naides sin importar que unos se partan el lomo y otros se dediquen a la contemplación y la queja. Vienen una vez más con la soberbia de creerse ungidos para decirnos cómo tenemos que vivir nuestras vidas. Entre su proyecto rojo colectivista y la meritocracia individualista, no hay elección, solo en la última hay dignidad y libertad.

No importa que nos condenen por el inconformismo de querer ser mejores siempre.

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