No es la primera vez que, en estas mismas páginas aludo a Max Weber y a sus menciones sobre la política, la vocación por esta, y la referencia a la influencia que sobre la misma tienen tanto la ética de la convicción, como la de la responsabilidad.
No pensaba hacerlo en esta oportunidad, pero las sólidas y contundentes palabras expresadas por el senador Heber el lunes 22 de julio en la conmemoración de un nuevo aniversario del nacimiento de Herrera me han motivado a insistir sobre el tema.
No hablaré sobre la coyuntura, creo que no interesa. Pero sí que, en ese discurso, que apeló a lo más clásico del Herrerismo de toda la vida hubo hondo fundamento filosófico político. Y esto no es cosa de todos los días. Por eso iré al grano.
Porque lo que verdaderamente importa es analizar en el contexto actual de nuestro sistema político si la vocación es o no el combustible del motor vital de nuestros elegibles. Para luego ver cómo esa preferencia se amalgama con el honor más alto con el que puede ser ungido un político: la representación ocupando un cargo.
Esto se traduce en la simple pregunta: ¿viven nuestros principales actores políticos “para” la política, o viven “de” la política?
Estoy convencido que por lo menos en el primer nivel de la misma -es decir los principales líderes- viven “para” la política. Esta constituye el centro de sus vidas, y es su principal ocupación y preocupación profesional. No tengo duda sobre la vocación plena de la inmensa mayoría de nuestros líderes consolidados.
Parte de su realización personal depende del suceso con que desarrollan su carrera política. Un éxito que no siempre esta marcado por llegar, sino también por estar o permanecer en la actividad. Algo muchas veces incomprendido desde fuera. Por ende ser reconocido con la representación que da un cargo -ya sea electivo o de confianza- es siempre una distinción con valoración de contenido colectivo -reconocimiento-, pero también individual, como objetivo cumplido o de permanente cumplimiento.
Pero las vocaciones -cualquiera de ellas- no serían tales sin un contenido ético. Las personas hacemos lo que hacemos para vivir, y esa justificación del hacer para vivir no es únicamente para colmar las necesidades materiales.
Quien hace cubre además de los avatares de la vida práctica, también las necesidades de la vida espiritual.
El trabajo bien hecho en cualquier ámbito de la vida no reporta únicamente ingresos, sino también la satisfacción del deber cumplido, o del dominio de un arte o de una ciencia.
Y la política como tal no es ajena a esa regla general.
Claro que importa el éxito, pero como todo, no vale a cualquier precio.
Y la medida está en lo que se deja por el camino para obtener el resultado. Quizá la vieja distinción de Weber entre ética de la convicción y ética de la responsabilidad sea un poco entreverada, por sus grises, que vaya si los tiene. Pero aseguro que para nada ha quedado en desuso.
Este mundo woke que padecemos nos ha desdibujado artificialmente algunos límites, no solo los de la biología y el idioma. Por suerte quedan voces firmes que no dudan en marcar los blancos y los negros.
No todo es relativo en esta vida.