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La policía del pensamiento

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El otro día iba manejando cuando recordé “1984” el libro de George Orwell. También la película del mismo nombre protagonizada por John Hurt, Suzanna Hamilton y Richard Burton.

Los avances de la industria automotriz son espectaculares. Mi camioneta tiene unos comandos de voz formidables. Uno puede poner música o hacer llamados ordenándolos en forma verbal.

Aprovechándolos apreté el botón para dar una orden verbal, sin apartar mis manos del volante y la atención en el camino. Quiso el destino que otro conductor realizara una maniobra temeraria, encerrándome. Por suerte atiné a frenar y eludí el peligro. No pude evitar proferir un insulto por más que tuviera las ventanas cerradas. Dije algo que muchas veces decimos en momentos de enojo. Algo que no debemos hacer.

La voz meliflua de la mujer del comando de voz de mi camioneta y lo que respondió me hizo sentir como Winston Smith el personaje central de “1984”.

“1984” es una novela futurista escrita en 1947 por el británico George Orwell. Los hechos que narra tienen lugar casi cincuenta años más tarde en un país llamado Oceanía que está en guerra y en el que un Gran Hermano controla todo. Es bueno que las nuevas generaciones sepan que el programa de tv, para mi de inentendible atractivo, tan de moda y que lleva dicho nombre, se inspiró en el libro de Orwell.

En ese mundo del futuro, el protagonista, Winston Smith es un funcionario del Ministerio de la Verdad cuya misión es reescribir la historia. A la población le repiten por parlantes todo el tiempo consignas como la Guerra es Paz, la Libertad es Esclavitud y la Ignorancia es Fuerza.

Alcanza con leerlas para darse cuenta que esto no es así. Sin embargo, a fuerza de repetirlas una y otra vez, se imponen las mismas al pueblo. A eso se suma el control sobre la vida e intimidad de los ciudadanos que lleva a cabo el Gran Hermano con cámaras y micrófonos en todos lados incluidos los hogares. El libre pensamiento, obviamente, está prohibido.

Smith de a poco va cuestionando su trabajo y un día se enamora de una joven llamada Julia. Aquí hago un aviso de spoiler como dicen los jóvenes. Pues bien, la relación amorosa entre Winston y Julia está prohibida, los cuestionamientos también, los protagonistas son atrapados por la Policía del Pensamiento y sometidos a torturas en el Ministerio del Amor.

Al pobre Winston lo obligan a reconocer cosas como que dos más dos es cinco y que la verdad es lo que el Partido dice y no lo que él percibe o su intelecto deduce.

La única crítica que le puedo hacer a Orwell es el título y el año en que ocurre la historia: “1984”. Creo que lo que en 1947 vaticinó ocurriría en 1984, en realidad está pasando en el 2024.

Hoy algunos nos imponen lenguajes, forma de hablar, y prohibiciones de cuestionamientos. En nuestro país no lo hacen, por suerte, desde el Gobierno sino desde una policía del Pensamiento. Esta encontró en las redes sociales y, a veces, hasta en manifestaciones callejeras el lugar donde imponerse.

Algunos proponen que el Estado asuma esa actividad de policía del pensamiento estableciendo por ley la forma en que debemos hablar.

En lugar de convencernos con argumentos nos dividen obligándonos a tomar partido y el que no está de su lado, aunque tampoco lo esté del otro, es señalado como enemigo.

Si cuando proponen listas paritarias, esto es asegurarse un lugar en la lista sí o sí por ser mujer, uno dice que no está de acuerdo es señalado como un enemigo.

De nada vale expresar que lo que debe llevar a un cargo es la capacidad de la persona, sin que ser mujer u hombre sea tenido en cuenta, es decir sin que haya discriminación u obstáculo. Si lo dice lo señalan como enemigo. Poco importa afirmar que lo que hay que hacer es terminar con la discriminación y no poner cuotas que igualan para abajo. Si se discrepa es un enemigo.

En este mundo de mitades, lo que interesa es la posición y no la fundamentación.

Hace unos años en el Senado tratábamos la ley de protección a los afrodescendientes. En la discusión señalé que estaban amparando a personas que no pretendían incluir. La protección a los afrodescendientes como se definía a los beneficiarios incluía a todos los descendientes de África. Eso significaba dejar dentro a los boers sudafricanos, los beréberes y los que poblaron nuestro país desde las Islas Canarias que geográficamente aunque no políticamente quedan en el África, lo que no era la intención. En lugar de modificar la ley me acusaron de estar en contra de la misma. Abrí la mano para ayudar y me tiraron con un ladrillo, no aprendo más, para qué ayudás, me dije.

Es que está prohibido el cuestionamiento. La policía del pensamiento y los Ministerios de las redes sociales de la Verdad y el Amor no lo permiten.

El otro día cuando proferí el insulto que no debí proferir iba solo en mi vehículo, con los vidrios cerrados. Nadie me escuchó. Salvo el comando de voz que, con voz meliflua y sin que yo lo pida, me sugirió que consulte a una guía de lenguaje LGBT.

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