La pobreza y el absurdo

Hoy es día de elecciones. Y aunque en la capital del país no haya fervor electoral (cosa insólita ante el panorama que muestra Montevideo), sí hay veda electoral. Por lo cual a último momento decidimos posponer una insidiosa crónica sobre un viernes de tarde inmerso en el tránsito capitalino. Tema trágico, que no parece haber estado entre los debatidos en esta campaña, vaya uno a saber por qué.

Pero ayer explotó una polémica que dice mucho sobre la sociedad uruguaya. Es que, como cada vez que el INE divulga los datos de pobreza, surge un debate estéril y absurdo sobre la real situación del país en la materia. Sobre todo en lo que refiere a pobreza infantil. De manera poco comprensible para alguien con formación en leyes, y para quien los números (y los economistas) son figuras enigmáticas y traicioneras, una cantidad de gente se pone a discutir sobre lo que esas cifras dicen.

Que si la pobreza subió tres decimales, o bajó dos. Que si en el período pasado se mejoró o se empeoró, que si hay urgencias o vamos bien. Todo condimentado por un barrabravismo político al peor estilo de audición partidaria de fútbol. ¿Cómo puede ser que gente formada en estas cosas pueda leer de manera tan distinta los mismos números? Un enigma.

La primera respuesta a todo esto es bien simple. Uruguay tiene cifras de pobreza inaceptables para un país en nuestra situación. Con nuestra escala, nuestra historia, y nuestra economía. Punto. Una segunda respuesta, y esta es más audaz, es que los datos del INE pueden confundir más que a ayudar a comprender el asunto. Alcanza cruzar Av. Italia hacia el norte, recorrer las zonas periféricas de cualquier capital del interior, y vamos a ver el fenómeno. Y algo más polémico, un fenómeno que no ha cambiado tanto en las últimas décadas, pese a lo que diga el INE.

¿Por qué? Porque con las famosas metodologías y malabares estadísticos, según el tiempo, se ha incluido en el menú de ingresos que cuentan para definir si uno es pobre, cosas que enturbian los datos. Que uno tenga acceso a mutualista, o reciba un subsidio puntual, no lo saca de pobre. Combatir la pobreza es otra cosa.

¿Quiere un dato claro? Hace 25 años había 250 mil personas viviendo en asentamientos, y hoy hay 200 mil.

Por otro lado, se habla mucho de pobreza infantil, como si hubiera una conspiración contra los niños. El tema es que los hogares humildes son los que tienen más hijos, y eso genera las cifras que duelen a todos.

Desde el Frente Amplio se machaca con que en el gobierno anterior aumentó la pobreza, o al menos que se habría frenado un proceso de reducción que venía funcionando mágicamente. Los números no lo sostienen, pero hay algo más fuerte.

Los barrabravas frentistas omiten que hubo una pandemia. Y si el gobierno de entonces hubiera tomado las acciones que la dirigencia del Frente Amplio exigía, la economía se hubiera hecho paté, y la pobreza sería mucho peor. Y si hubiéramos salido a tirar plata a lo loco, como también se exigía, hoy los datos macro del país serían mucho peores que lo que se pasan quejando. ¿Entonces?

No hace falta especular mucho. Alcanza mirar a Argentina, el país más parecido a nosotros en el mundo. ¿Cómo le fue a Argentina en materia de pobreza con la política de encierro forzoso y repartija alegre de plata estatal? ¿Cómo le fue a Argentina en materia de pobreza con la política de esquilmar a los “malla oro” para repartir a los que ganan menos? Cuando llegó Milei al poder, después de casi 20 años de ese “modelo”, había un 50% de pobres.

Pero hay un aspecto positivo de este debate. Y es que la sociedad uruguaya se despabile y asuma que así como vamos en muchos aspectos, no vamos bien. Uruguay está relativamente bien en comparación con vecinos, que son un espanto. Pero si dejamos las anteojeras y saltamos el “muro de yerba”, cualquiera se da cuenta que el país precisa reformas de fondo.

La única manera genuina de reducir la pobreza de manera sostenible es que haya más crecimiento económico. Es agrandar la torta, para que haya más para todo el mundo. Que fue lo que pasó durante una década larga, tras el shock del 2002, y el boom de las exportaciones a China. Para retomar ese empuje, hay que abrir el país, producir más, eliminar regulaciones y reducir impuestos. Que apostar a crecer sea más simple y barato. No hay misterios, es lo que han hecho siempre los países que han sido exitosos en esto.

Pero, mientras sigamos escuchando a las mismas voces que insisten en que el problema es que aquel se lleva dos pesos más que yo, que el estado nos tiene que arreglar todo, que la solución es trabajar menos en vez de más, vamos a seguir como hasta ahora. Peleando por morder media miga más de la torta, discutiendo por tres décimas de una estadística, o flotando en la complacencia, la cosa no va a mejorar. Y eso, de manera insólita, no estuvo en esta campaña... ni en la anterior.

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