La lotería en Argentina

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Garret Edwards*
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Babilonia fue muchas cosas distintas. Lo sigue siendo. Para los abogados ha sido el contexto para el Código de Hammurabi. Para los historiadores, cuna de la civilización.

Un lugar que se confunde a mitad de camino entre el relato reconstruido a la distancia del tiempo y el mito que su propio nombre ya evoca. El genial Jorge Luis Borges no fue ajeno a todo esto que menciono, y por eso en su “Ficciones” (1944) nos regaló, me atrevo a decir, uno de sus mejores cuentos: “La lotería en Babilonia”. Había aparecido previamente en 1941 en la revista Sur y sería luego compilado en ese mismo año en “El jardín de los senderos que se bifurcan”. Una Babilonia, probablemente, muy distinta de la verídica y, sin embargo, tan sorprendente, arcana y lejana que bien podría ser, quitando algún detalle, cualquier país de hoy en día.

En esta Babilonia borgeana existe una lotería, cuestión que, primariamente, podría no sorprender demasiado a nadie. ¿Cuántos de nosotros alguna vez hemos comprado un billete? ¿Cuántos de nosotros alguna vez hemos ganado algo, o nos hemos lamentado al estar tan cerca de lograrlo? Es cierto que también hay muchos países donde la lotería es eminentemente del campo de lo público: es el Estado el que se encarga de administrarla y de gerenciarla. En otros lugares se da este ejercicio en el ámbito de lo privado, otorgándoles concesiones y permisos a aquellos particulares que desean dedicarse a tales labores. La lotería en Babilonia arranca de una manera simple: se compran números y se puede ganar un premio. Lo único que uno puede perder, en esta instancia, es su dinero cuando no gana (algo que sucede las más de las veces). Todo ello bajo la estricta mirada de algo que llaman La Compañía, un ente del que poco y nada se sabe, y del que poco y nada se sabrá.

De cualquier forma, esta lotería no se queda quieta y va sufriendo cambios y mutaciones a lo largo del tiempo. Los premios pecuniarios resultan pobre incentivo, y es allí cuando comienzan a sumarse mayores premios y, por primera vez, la posibilidad de castigos. Castigos que pueden culminar en la muerte de los participantes. Pero la lotería sigue siendo una actividad voluntaria. Sólo participan en ella quienes así lo desean, aunque se intenta avergonzar a los que no desean hacerlo en orden a presionarlos para que lo hagan. Incluso los sectores más pobres y vulnerables de la sociedad babilónica hacen lo posible y lo imposible por participar de la lotería, llegando a robarse números de la misma. Uno de esos ladrones tiene tanta mala suerte que se roba un número y le toca un castigo: han de arrancarle la lengua. Quieren también castigarlo por haberse robado un número, siendo la pena la misma: el arrancarle la lengua. ¿Debe ser castigado porque la suerte le marcó un castigo en el número robado o debe ser castigado por haber robado el número? Los especialistas no se ponen de acuerdo.

Finalmente, la lotería en Babilonia se vuelve obligatoria: todos han de participar y la lotería ha de regir todos los actos de su vida. Ya nadie sabe si las cosas pasan porque la suerte lo ha marcado, porque La Compañía lo ha decidido, o porque efectivamente alguien quiso hacer voluntariamente lo que hizo. Tampoco están demasiado seguros los habitantes de la antigua Babilonia si La Compañía existe, si alguna vez existió, o si es todo un mito. El azar se complejiza, van quedando cada vez menos cosas en manos de las personas. Todo lo va decidiendo la lotería, que a su vez bien puede ser que no sea azarosa, y sea el designio de personas que no conocen.

El maestro Borges nos permitía, al modo que enseñara luego Umberto Eco, jugar libremente con las interpretaciones de sus textos. No iba a ser él quien arruinara una posible lectura de la polisemia ofrecida. ¿Cómo no pensar que esta lotería también se da en la Argentina? ¿Cómo no pensar que bien podría darse en otros países? Sí, ya hemos notado con claridad que muchos de aquellos que llegan a los altos mandos del poder, el kirchnerismo incluido, gustan de la planificación central. Creen, ingenua o perversamente, que pueden conocerlo todo y, por tanto, manejarlo todo. Manejarnos totalmente. Decidir por nosotros y para nosotros. Eso viene sucediendo en la Argentina hace rato, y con particular énfasis en las últimas décadas. No es una Compañía oculta, no sabemos bien qué número nos toca ni cuál va a ser el resultado. Es probable, me animo a hipotetizar, que cada vez haya menos de azar y de suerte en el destino que nos toca llevar adelante en muchos países de Latinoamérica. Estamos jugando forzosamente a una lotería en la que todos los números están arreglados, y las trabas a los ciudadanos de a pie se multiplican por miles. Es hora de romper el ciclo, antes de que la Argentina termine como Babilonia.

*Director de Investigaciones Jurídicas de Fundación Libertad

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