Las elecciones de 2024 se decidirán entre dos coaliciones: la del Frente Amplio (FA); y la Coalición Republicana (CR), conformada por los cinco partidos del oficialismo, y que presenta hoy cinco dimensiones importantes.
La primera es una muy buena noticia: esta oposición de coaliciones es aceptada por todos los partidos de la CR. En efecto, nadie con un poco de inteligencia política dentro de la CR está creyendo en la quimera de abrirse el año que viene para formar una especie de tercer actor, de manera de canalizar el descontento de tal o cual, desarrollar un centro no polarizado, y soñar así con ser el eje de la balanza del próximo Parlamento y, quién sabe, apostar incluso a poner un candidato a presidente en el balotaje de 2024. Reina pues, felizmente, el realismo político.
Segundo, un dato duro de la realidad: los votos decididos hacia la CR, es decir, ese 40% del electorado que es una especie de apoyo espejo del otro 40% afín al FA, se han ido consolidando en una adhesión de sentido coalicionista más que partidista. En efecto, estos dos años de gobierno tan particulares apuraron una consolidación de la CR de la que, por cierto, la campaña al balotaje de 2019 de Lacalle Pou ya había dado contundentes señales.
Lo tercero refiere a una traducción concreta de ese coalicionismo: si bien es claro que los blancos son los favoritos para ser mayoría dentro de la CR -por presencia territorial y por amplitud de sus agrupaciones y dirigentes-, una buena campaña electoral y un buen candidato de un colorado o un cabildante pueden, sin ninguna duda, cambiar esa correlación de fuerzas internas -incluso Mieres tiene mucho para crecer-. Porque, además, a nadie escapa que el actual presidente no podrá ser candidato, y que la prematura muerte de Larrañaga dejó sin liderazgo claro a la otra columna blanca que tras él militaba desde 1999.
Cuarto, en todos los temas fundamentales de gobierno los partidos de la CR han batallado juntos y espalda contra espalda, más allá de naturales matices y discrepancias que sin duda los hay y los habrá. Además, el oficialismo recibió un inesperado regalo de la izquierda, cuando el FA se decidió a montar un escenario de competencia proselitista que abroqueló a la CR tras la defensa de su acción de gobierno: luego de la tragedia de la pandemia, la unidad convencida de la CR fue tras la celeste en el referéndum. El triunfo de marzo dejó así en claro que es posible seguir ganando, siempre que todos asuman para sí en la batalla electoral, sin mezquindades ni segundas intenciones, el conocido lema suizo: uno para todos y todos para uno.
Es natural que de a poco los ordenamientos sectoriales y partidarios se vayan traduciendo en pre-candidaturas presidenciales, y que el mundo de los ciudadanos más politizados gire hoy en torno a esas especulaciones. Empero, políticamente, lo relevante de la interna de la CR son estas dimensiones que, cuando se conformó la coalición en 2019, nadie podía prever que se verificaran tan pronto. Será clave, sin duda, el protagonismo de las figuras que con ambición y legitimidad se perfilan como candidatos en los distintos partidos coaligados. Pero ninguna de ellas triunfará en 2024 si no preserva y potencia estas grandes virtudes de la CR.