La inquietante llamarada que incendió Katmandú

Katmandú ardió ante la mirada estupefacta el mundo. Multitudes de veinteañeros incendiaron el Parlamento, casas de los ministros y también las sedes de los dos partidos más importantes de Nepal: el partido del Congreso y el Partido Comunista. La esposa de un ex premier murió calcinada cuando quemaron su casa y el ministro de Finanzas fue desnudado y linchado por las turbas.

El primer ministro Sharma Oli ya había renunciado, pero se prolongaba como por inercia la ira juvenil que estalló cuando las autoridades prohibieron las redes sociales X, Facebook y Youtube.

Ese acto de censura causó masivas protestas y, cuando la represión policial mataba decenas de manifestantes, la multitud entró en un trance incendiario y desplegó niveles de violencia antes inimaginables.

La pregunta que baja desde la cordillera del Himalaya es cómo se reconstruye el orden institucional en esta ex colonia británica, cuya historia está signada por la gravitación de India y China, sus gigantescos vecinos. India influyó en la religión, haciendo que el país es mayoritariamente hinduista a pesar de ser la tierra donde surgió el budismo porque allí nació Sidharta Gautama: Buda.

El centrista partido del Congreso Nepalí expresa la influencia india en la política, pero el segundo partido más grande es el de los maoístas pro-chinos.

Por su ubicación recóndita en el mapamundi, Nepal suele pasar desapercibido en el flujo de noticias. Y si aparece en los radares de la prensa mundial es por acontecimientos tremebundos.

El comunismo maoísta se levantó en la segunda mitad del siglo pasado contra el “panchayat”, sistema de jerarquización que petrificaba la desigualdad, y acabó llegando al poder por las urnas, poniendo fin a la monarquía. Pero en lo que va del siglo 21, las únicas veces que Nepal fue noticia se debió a acontecimientos trágicos.

En el 2001, indignado con su familia porque no lo dejaba casar con la mujer de la que estaba enamorado, el príncipe Dipendra entró al salón del palacio donde cenaba su familia y, con una subametralladora Uzi en una mano y un fusil M-16 en la otra, disparó a mansalva matando a su padre, el rey Narendra, también a su madre, a sus hermanos y a un par de tíos. Nueve en total fueron los asesinados por el príncipe heredero que a renglón seguido se disparó en cabeza.

Como en el capítulo de una novela surrealista, el príncipe regicida, que no murió inmediatamente sino que agonizó varios días, fue proclamado rey, sucediendo al padre que había asesinado. Aunque murió poco después y en el trono se sentó su inescrupuloso tío Gianendra, quien más tarde sería derrocado.

Dos décadas más tarde, Nepal estaba siendo gobernada por el partido comunista, cuya corrupción generó indignación. Ese malestar, en las capas juveniles, se canalizó por las redes sociales. Por eso los centenials inundaron las calles de Katmandú cuando el gobierno prohibió X, Facebook yYoutube. La represión fue brutal y convirtió la protesta en la rebelión enardecida que derribó al primer ministro Sherma Oli. Las imágenes del parlamento en llamas y del ministro de economía siendo desnudado y linchado muestra las consecuencias de la primer revolución causada por una censura a las redes.

Históricamente los diarios fueron los blancos recurrentes del poder. Ahora fueron X, Instagram y Facebook los blancos de la censura que puso Katmandú en llamas, confirmando que las redes sociales son plazas públicas de este tiempo. Aunque estas plazas públicas son también incubadoras de odio, intolerancia y violencia.

En las redes se engendraron los patológicos liderazgos anti-sistema de estas décadas. Líderes disruptivos y grotescos que irradian violencia. En definitiva, como explicó uno de los ideólogo de las nuevas ultraderechas anti-sistemas Gianroberto Casaleggio, ya no sirven los análisis eruditos y los argumentos racionales que transitaban por la televisión, la radio y los diarios. Ahora están las redes sociales, que son la incubadora de los miedos, iras y fobias de las sociedades en tiempos de incertidumbres, hasta que un acontecimiento dispara toda la ira acumulada.

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