La innovación no sabe de política

Espero que este sea el último mensaje que escribo sobre la suspensión de la Oficina de Innovación de Uruguay en la Universidad de Jerusalén. Con el paso de los meses, la tristeza ha reemplazado a la bronca, pero sigo sintiendo que lo que se hizo fue profundamente desubicado y merece ser contado desde el inicio.

La oficina se abrió hace apenas 8-9 meses, antes de la asunción del nuevo gobierno. Ya se habían asignado fondos, definido cursos, iniciado vínculos con startups y hasta recibido visitas oficiales. Todo estaba encaminado para que Uruguay tuviera una ventana hacia una de las 100 mejores universidades del mundo, con 8 premios Nobel, líder en investigación en biología, agricultura, fintech y muchas áreas que nuestro país necesita para crecer.

Sin embargo, desde el mismo día que asumió el nuevo gobierno quedó claro que desde Cancillería había intención de terminar con la oficina. En lugar de impulsarla, comenzaron a instalar discursos que nada tenían que ver: que si era un contrato entre universidades, que si había motivaciones políticas… Y el canciller en particular -y lo digo con claridad- quiso mostrar desde el primer día que, siendo judío, era “más antiisraelí” que cualquiera. Esa fue su forma de pararse frente al tema, y esa postura pesó mucho más que el interés real del país. Lo más duro fue enterarnos por la prensa que la oficina se cerraba. Eso duele, porque no somos políticos: fuimos convocados por nuestra experiencia en innovación y economía, y ni siquiera se nos dio la dignidad de una explicación.

Después vinieron las excusas. Que si era “un mal contrato” (cuando lo firmaron hacía apenas siete meses), que si la universidad debía ser Tel Aviv en lugar de Jerusalén… excusas tiradas de los pelos. La Universidad Hebrea de Jerusalén es la mejor del país, con los docentes más prestigiosos y con reconocimiento mundial. Para cualquier uruguayo hubiera sido un orgullo poder estudiar o vincularse allí.

Al final, se admitió que la decisión fue política. Y ahí está el error más grande: confundir política con innovación, ciencia y educación.

La innovación no entiende de banderas partidarias, entiende de futuro. Y el futuro que se perdió con esta decisión no es de Israel: es de Uruguay. Son nuestros estudiantes, nuestros investigadores y nuestros jóvenes quienes se quedan sin esta oportunidad de oro.

Podrán decir lo que quieran de Israel, podrán discutir sobre la guerra -que todos queremos que termine con rehenes devueltos y con paz para ambos pueblos-, pero aquí no estamos hablando de Israel. Estamos hablando de una alianza entre la Universidad de Jerusalén y la Agencia de Innovación de Uruguay. Una alianza que se cerró sin sentido, y que ojalá algún día se retome. Porque no hacerlo es un error. Y los únicos perjudicados son los uruguayos.

Y quiero dejar algo bien claro: de ninguna manera voy a dejar de sentirme uruguayo. Soy uruguayo desde que nací y lo seguiré siendo siempre. Trabajo por los dos países, porque creo en el futuro de los dos países. Y voy a seguir trabajando para que ambos mejoren en lo económico, para que avancen hacia ser países modernos, para que logremos reducir la pobreza y dar oportunidades. Los quiero a los dos.

Pero como judío israelí, he decidido vivir en Israel. Y eso no cambia mi identidad ni mi compromiso con Uruguay.

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