La guerra y el optimismo

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martín aguirre
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"Si algo ha empujado a Putin a lanzarse a esta guerra es el convencimiento de que la sociedad occidental es débil y decadente ¿Será que tiene razón?” Así terminaba el artículo publicado en este espacio hace exactamente un mes. Cuando los misiles rusos empezaban a destruir las ciudades ucranianas.

Pasado el tiempo, y superando la tristeza y el dolor de ver la muerte, la mutilación y miseria humana propia de cada guerra, se puede decir que Putin se equivocó. Y que su acción criminal tal vez haya tenido el efecto benigno de despertar al mundo occidental de una siesta complaciente.

Los grandes responsables de ese despertar, y quienes están pagando el precio por la frivolidad de un mundo del que somos parte, son los ucranianos. La heroica resistencia que vienen mostrando, tapando la boca a todos los “expertos” que vaticinaban una victoria aplastante rusa motivará horas y horas de películas de Hollywood. Y los videos caseros de esos artistas, informáticos, diseñadores gráficos, empuñando fusiles o preparando bombas molotov, sin duda marcarán a una generación, hasta ahora convencida que su destino manifiesto era el hedonismo más absoluto.

Pero la reacción del mundo político occidental también ha sorprendido para bien. La rapidez con la que reaccionó, enviando armas o aplicando sanciones realmente duras, es llamativa. La decisión de Alemania de invertir en defensa un 2% de su PIB hubiera sido inimaginable hace apenas dos meses. Y las palabras de Joe Biden en Europa esta semana diciendo crudamente que las sanciones aplicadas a Rusia afectarán el bienestar de sus propios ciudadanos, pero que son necesarias, es un cambio radical en el tono de cualquier político occidental. ¿Anunciar a un europeo o a un americano costero que van a tener que apretarse el cinto, porque la causa ucraniana lo amerita? Impensable. Sobre todo teniendo en cuenta que para el votante tipo de Biden, la mayor indignación hasta ahora podía venir de enterarse que la palta de su “avocado toast” no era orgánica certificada.

A ver...no se trata de festejar que los humanos sigamos teniendo estas periódicas explosiones de violencia atávica, que muchos creían eran cosa superada, de otro siglo. Pero sí entender que esa visión pasteurizada de la vida, ese buenismo frívolo que ha venido calando con más profundidad en cada nueva generación desde el fin de la Guerra Fría, no solo no es realista. Es peligroso.

Buena parte del mundo sigue siendo dominada por líderes, y por miradas, que nada tienen que ver con nuestros valores occidentales. Y si no estamos dispuestos a defenderlos pagando el precio máximo, no van a durar mucho. Algo de lo que debe estar tomando nota Xi Jinping y el liderazgo chino, que ya daba por descontado que su visión paciente, su mirada de superioridad ante un Occidente decadente y frívolo, ese que miró para otro lado cuando se fagocitaron Hong Kong hace unos meses nomás, le garantizaba un inmimente liderazgo global. A Zelenski le deberían hacer una estatua a caballo en la plaza central de Taipei.

Pero hay algo que no se ha dicho tanto, pese a todo lo que se ha dicho en este mes, sobre lo que de veras significa la heroica resistencia ucraniana. Y que es más importante en un día de elecciones como el de hoy en Uruguay, y ante un sistema político como el nuestro, donde proliferan visiones relativistas y despectivas de ciertos valores.

Y es que los ucranianos están dejando literalmente la vida, buscando que sus hijos y nietos puedan disfrutar de muchas cosas que nosotros damos por descontadas. Que hemos dejado de valorar a medida que los recuerdos de la violencia terrorista de los 60 y 70, y la represión militar posterior, empiezan ya a ser cuentos aburridos de abuelos. O textos manipulados de los libros de “historia reciente”.

Los ucranianos se están parando en serio delante de los tanques, desoyendo aquella lección falluta del expresidente Mujica, porque no quieren que sus hijos y nietos tengan que vivir en un país autoritario, sin democracia, donde el destino de la gente lo decida un burócrata cuya receta de éxito ha sido el alcahuetismo al líder fuerte del momento. Están dispuestos a empuñar un fusil y salir a matar y morir en la nieve, para que en un futuro que tal vez ellos no vean, su país pueda gozar de algo parecido al confort que viven sus hermanos polacos, checos, alemanes. Países donde la vida de una persona no es descartable en función del interés del Estado o de un déspota providencial.

Para eso hay que tener democracia, instituciones, debido proceso, equilibrio de poderes. Y, muy especialmente, un sistema económico capitalista y liberal, donde la persona pueda prosperar y desarollarse sin tener que colgar una foto de Putin, de Daniel Ortega, o de Maduro, en la pared de la cocina. Cosas que a veces, en medio de muchas de las discusiones que marcan nuestra agenda cotidiana, tienden a olvidarse.

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