La dignidad de los jueces

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hebert gatto
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Las redes sociales, se han transformado en territorio infectado. En ellas prospera el comentario cruel, la malicia, el agravio, la envidia. Sin embargo, atraen como un agujero negro. Quienes las usan asumen que descalificando al otro se elevan al cielo de los puros. 

En eso se asemejan a la confesión católica, solo que aquí los pecadores son los denunciados, no los confesantes. Los redimidos son los que conocen el camino, e “iphone” mediante, condenan a los desvíados. Tal, lo ocurrido con la magistrada especializada en Violencia de Género de Pando que, cultivando su imagen, publicitó en las redes un grosero video condenando al machismo.

No se trata, como ella ensayó en su defensa, de la manifestación de una ciudadana ejercitando su libérrimo derecho de expresión, el mismo que días pasados defendíamos con calor ante otro desborde judicial. Solo que aquél implicaba una extralimitación de su poder jurisprudencial y éste la violación de sus deberes profesionales de imparcialidad, neutralidad y objetividad en relación a su medio social. Deberes éstos que implican la abstención de toda opinión, por más sincera que esta sea, que pueda -o así pueda razonablemente colegirse-, incidir en su actuación judicial (Art. 90 LOT).

De allí, además, que las resoluciones y sentencias de los magistrados deban formularse en un lenguaje y una lógica que toda la ciudadanía pueda compartir, sin albergar significaciones relacionadas con las posiciones ideológicas o metafísicas que como individuos estos puedan albergar. Inadmisible por eso, sería una sentencia que se fundase en Dios o sus enseñanzas o en argumentos político partidarios, pero igualmente rechazable sería una manifestación previa de cualquiera de ellos admitiendo o sugiriendo opciones doctrinarias, tal como aquí claramente ocurrió.

Por eso, como hemos insistido tantas veces en que el lenguaje de los servidores del estado, particularmente los de la Justicia, debe ceñirse, como Rawls insistiera, a “la razón pública”, es decir a una razón general que todos puedan admitir sin violar el pluralismo democrático. Esto hace difícil ser Juez, requiere una hercúlea capacidad de abstención de la opinión propia, un permanente sacrificio de autolimitación.

La Dra. Ada Siri, además de descalificar genéricamente varias apreciaciones cotidianas de varones que ella considera machistas, expresó su deseo que algún día se terminen los esteriotipos de género y se dejen de elaborar construcciones teóricas a partir de cimientos patriarcales. Aspiraciones genéricas que el autor de esta nota comparte pero, como adelantamos, no pueden ser manifestadas publicamente por una magistrada y menos aún por una jueza letrada especializada en la temática de género. La materia sobre la que falla.

Aquí la controversia no radica en la libertad de expresión, finca en su limitación para los togados. Siri no puede ignorar que al hacerlo está prejuzgando, lo que no implica que deje de ser blanca, colorada, frentista, feminista o machista o Testigo de Jehová. Lo que sí corresponde exigirle es que superando cualquiera de esas afiliaciones, se muestre públicamente como un ser “justiciero”, afiliada a lo justo, tanto cuando ejerce su oficio como cuando, sin dejar de ser un juez de la Republica, opina públicamente como ciudadana.

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