El desembarco de un pequeño grupo de patriotas en la playa de la Agraciada, sobre la costa del río Uruguay, hace dos siglos, fue un acto de ejemplar coraje y audacia. El enemigo contaba con una fuerza formidable. La guarnición brasilera en la Banda Oriental se componía de unos 4.260 soldados. A ellos se sumaba una flota importante que patrullaba el río Uruguay, anticipando cualquier intento de invasión y marcando una fuerte presencia en el estratégico Río de la Plata. En la práctica, la posición de los ocupantes tenía una debilidad importante: la mayoría de las tropas estaban concentradas en Montevideo, Maldonado y Colonia. El amplio, despoblado y agreste territorio de la Banda Oriental era un refugio natural para las fuerzas de caballería ligera con sus baqueanos que conocían perfectamente sus pagos, que podían desplazarse rápidamente y vivían del territorio.
A ello se sumaba, la circunstancia de que la mayoría de la población compartía, por encima de sus divisiones en otros respectos, su antipatía por el invasor brasileño. Salvo una pequeña minoría de oportunistas cisplatinos. La importancia de esos sentimientos se revela en la primera etapa de la campaña contra el Brasil. El 29 de abril, Rivera cae prisionero y se pasa a los orientales. El famoso y discutido “abrazo del arroyo Monzón”.
Las victorias de las fuerzas orientales se suceden: toma de San José (2 de mayo), comienzo del sitio de Montevideo (8 de mayo), sitio de la Colonia del Sacramento (18 de agosto), las batallas de Rincón (24 de setiembre) y Sarandí (12 de octubre), y el combate del Cerro (9 de febrero de 1826) que confirmó el encierro de los imperiales tras las murallas de Montevideo.
El control de la campaña, otra vez, conseguido por las fuerzas orientales, permitió instalar un gobierno provisorio en la Florida (14 de junio) y convocar una Sala de Representantes de la Provincia Oriental del Río de la Plata que aprobó, el 25 de agosto de 1825, dos leyes fundamentales. La primera fue la declaratoria de la independencia, “del Rey de Portugal, el Emperador del Brasil, y de cualquier otro del universo”. La segunda, emitida “en virtud de la soberanía ordinaria y extraordinaria que legalmente inviste”, dispuso que la Provincia Oriental del Río de la Plata quedaba “unida a las demás de este nombre en el territorio de Sud-América”.
La guerra continuó por tierra y mar tres años más, hasta que los dos bandos quedaron agotados. Finalmente, 27 de agosto de 1828, se firmó en Río de Janeiro, con la mediación de la Gran Bretaña, la Convención Preliminar de Paz, entre las Provincias Unidas y el Brasil, “sobre la Independencia de la República Oriental del Uruguay”.
En 1825, el pueblo oriental tomó, nuevamente, las riendas de su destino. También fue, en cierto sentido, un año feliz. La época de las desavenencias vendría después.
El bicentenario de aquella gesta merece ser recordado especialmente.
El año pasado se aprobó un decreto sobre “los 200 años de la Declaratoria de la Independencia”. El decreto declaró el 2025 “como año del “Bicentenario de la declaratoria de la Independencia” y, acertadamente, consideró que la efeméride “merece una celebración de gran magnitud, que no se reduzca a la jornada del 25 de agosto, sino que contemple un calendario de actividades a realizarse durante todo el año 2025”.