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Marihuana, hora de balance

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JULIO MARÍA SANGUINETTI
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Como en tantos otros temas en estos días, se hace difícil discutir sobre la legalización de la marihuana. Por un lado, porque se envuelve de todo tipo de debates parciales o paralelos.

Por el otro, porque quien se atreva a sembrar algunas duda sobre el sistema de legalización, es considerado una mentalidad reaccionaria y represiva, mientras que -en la otra punta- no faltan quienes dicen que esta es la decadencia de nuestra sociedad, en etapa terminal de los valores occidentales.

Lo único claro es la confusión. Nuestra sociedad adolece de una formidable nebulosa de mensajes y visiones contradictorias. Por un lado, la regulación y venta por el Estado ha sido interpretada, especialmente por los jóvenes, como una suerte de bendición de la marihuana. ¿Puede ser malo algo que esta “legalizado” y vende el Estado? Por el otro, los usos medicinales del cannabis -indiscutibles e interesantes- han difundido una imagen benéfica, en que luce como una pócima milagrosa curalotodo, salteándose la etapa de la elaboración farmacéutica y la validación científica de los medicamentos. Simultáneamente, aparece la producción del cáñamo con destino industrial, que reclama -como corresponde- las libertades necesarias para una actividad económica legítima y generadora de trabajo, que se traba por los temores asociados al narcotráfico.

A su turno, el tema de la seguridad ciudadana irrumpe en el tema con fuerza. La ley “reguladora” nació como un intento de mejorar la seguridad, al habilitar un espacio de legalidad que reduciría el mercado negro y el mundo del delito conexo. Luego de seis años de lo que el presidente Mujica presentó como un “experimento”, está claro que la situación solo se ha agravado y que vivimos hoy disputas territoriales de narcotraficantes, que iniciaron en nuestro país hace una década aproximadamente los “ajustes de cuenta”, incorporados ya a la cotidianidad de la crónica roja.

Se celebró en su momento que habíamos llegado a un registro de 42 mil consumidores legales de marihuana. La última encuesta publicada, de 2018, nos dice que solo el 27% integra ese mercado, y que -en términos generales- este se ha ampliado por un aumento en los consumos.

Al mismo tiempo, hay 5 mil personas en clubes canábicos, sobre los que el Ministerio del Interior ha puesto una luz amarilla de alerta por estimar que en torno a ellos se ha dado un avance del comercio ilegítimo, incluso de exportación.

La más reciente encuesta sobre los consumidores de pasta base, publicada por la Junta Nacional de Drogas, nos muestra que en promedio tienen unos 33 años y que, junto a esa droga, son consumidores de marihuana, alcohol y tabaco. Con lo que indirectamente se ratifica la idea, ampliamente difundida entre los profesionales que tratan estos temas, de que la marihuana es una importante puerta de entrada al mundo de las drogas. A ella se entra hoy inocentemente, porque no hay condenación social ni conciencia del peligro, pero se quiebra un umbral psicológico del que luego se hace difícil retornar. Una vez que los vacíos existenciales, los conflictos emocionales no resueltos y los temores ante una realidad sentida como insuperable, llevan a buscar auxilios artificiales, se entra en un camino de altísimo riesgo.

El tema del tráfico internacional, que también se instaló en el país hace algunos años y es parte del ominoso legado frentista, corre por otra cuerda. Es una dura batalla internacional, que no podemos librar en solitario, pero que felizmente se ha asumido con decisión por las autoridades. No se podía más zigzaguear frente al tema. Hemos pasado a integrar el mapa del delito internacional y se hacía imprescindible una acción como la que se va llevando a cabo. Pero esta es otra dimensión de esta vastísima cuestión. En la que tampoco hay que despreciar una imagen internacional de un Uruguay paraíso de la droga que se instaló en el mundo. Falsa imagen, por cierto, pero imagen al fin.

Todo nos lleva a la mayor preocupación, la de la salud. La psíquica y la física. No hay academia de medicina o centro de investigación que no reconozca las consecuencias nocivas del consumo habitual de marihuana, especialmente cuando se emprende en la primera juventud. El propio presidente Dr. Vázquez lo dijo una y otra vez, llamando a la prudencia. Nos constan algunas campañas publicitarias que se han realizado y los diversos cursos de formación que se hacen para prevenir los riesgos de la adicción. No cuestionamos la buena voluntad de la gente que en el Observatorio o en la Junta Nacional de Drogas trabaja en esos temas. Lo que para nosotros es una evidencia como que todos los días amanece, es la ignorancia generalizada sobre los efectos dañinos de la marihuana sobre la salud. Cuando uno se atreve a preguntárselo, no ya a sostenerlo, a un grupo de jóvenes, lo miran como a un selenita, un personaje de otro tiempo histórico, que entiende poco de la vida.

Que el cigarrillo es dañino lo sabemos todos. No hay dudas. Las cajillas de cigarrillos lo advierten con trazo grueso y los médicos lo difunden masivamente en sus consultas diarias. Sobre los excesos del alcohol tampoco hay dos bibliotecas. Podemos discutir cual es el umbral del “exceso”, pero que daña no hay debate.

La marihuana, en cambio, goza de una aureola atractiva, que se ha ido banalizando hasta consolidarse. El cigarrillo algo ha decaído en su consumo, pero en todo caso es conservador, antiguo, ha perdido el encanto que tuvo en los ya lejanos años de nuestra juventud. La marihuana, en cambio, es “progre”, “cool”, transgresora. Y no es igual al cigarrillo, porque además del daño directo, cambia la conducta y abre el camino para la caída.

La pandemia nos ha ocultado muchos debates imprescindibles. Este es uno. No se puede seguir con titulares fragmentarios o noticias confusas, que hipotecan lo que es legal y encubren en cambio la ilegalidad. Estos días hasta se ha discutido la posibilidad del turismo canábico. Todo de a ratos y parcialmente.

Estamos en la hora de un real balance. Hay que reunir toda la información disponible, reunir a todos quienes tienen que ver con el tema y asumir sus consecuencias. Pensando, por encima de todo, en la salud de la población. Muy especialmente en la de los jóvenes, hoy desafiados por un mundo laboral en vertiginoso cambio.

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