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Javier Milei

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Nadie, ni siquiera sus más furibundos partidarios dudan que Javier Milei escapa del molde. Con perfiles similares a Donald Trump, Nayib Bukele o Jair Bolsonaro, todos ellos constituyen un conjunto de líderes populistas afiliados a la extrema derecha. Aun cuando la misma se extienda desde los conservadores clásicos, tipo Burke, que tratan de volver al pasado inmediato, hasta los neo-conservadores innovadores, prestos a promover una lejana edad media, donde la única institución a la que se afilian con devoción lo constituye la familia monogámica presidida por Dios padre.

Es difícil precisar si su reciente triunfo electoral en la Argentina se debió a la desesperación de sus conciudadanos que desde 1943, coincidiendo con la llegada del peronismo, vienen asistiendo a la gradual descomposición socio económica de su nación o a alguna otra razón, derivada del inusual carisma de algunos políticos que el mundo posmoderno parece aplaudir, como su chabacanería, su ordinariez, su falta de respeto y su agresiva intolerancia, características que ostenta con orgullo. Si así fuere, nos acercamos a una época ambigua y contradictoria donde al desatado desarrollo técnico se adhiere una moral retrógrada y puritana que estas figuras representan. No sin que las debilidades de las últimas democracias liberales confluyan a concretarla.

Como sea, Javier Milei se autodefine como un libertario, esto es como perteneciente al género liberal de la especie libertariana del mismo. Probablemente porque entiende que el insulto y la falta de tolerancia definen a esta escuela. Lo cual es solo parcialmente cierto. Como hemos reiterado tantas veces, el liberalismo, la vieja escuela filosófica de tan remotos orígenes como la escuela de Salamanca, Pico Della Mirándola, o el mismo Erasmo de Rotterdam, seguidos por la escuela inglesa y el pensamiento revolucionario francés, inauguraron un estilo de pensamiento donde el gobierno tiene como objetivo crear las condiciones para que los ciudadanos siguieran de la mejor manera a sus propios planes de vida, sin permitir el daño a terceros, respetando siempre los ciclos civilizatorios y sus imposiciones estructurales. Es decir, sin cambios revolucionarios. A partir de esta caracterización del liberalismo como autonomía, es fácil colegir que el libertarismo, constituye una corriente de efectos muy diferentes, por más que comparta algunos principios. Se caracteriza por apostar a la absoluta prescindencia de Estado y gobierno, en los planes vitales de sus gobernados. Lo que ocurre es que la idea de neutralidad del Estado entre las concepciones ciudadanas que utiliza el libertario no es igual a la que utiliza el liberal.

El liberal concibe a la neutralidad como neutralidad positiva: es decir el estado actuar en la medida de sus medios, para que todos los ciudadanos tengan los recursos suficientes para satisfacer sus proyectos racionales de vida. Por su parte el estado libertario no hace nada en lo que respecta a tales caminos vitales. Es ajeno a todos ellos. Un calco de la actual política de Milei abocado al recorte de subsidios imprescindibles para así bajar gastos. No se trata de que reducir el déficit estatal argentino no sea imperativo, que lo es, sino que ello no puede hacerse a costa de la democracia y la salud y vida de la población hermana.

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