Isla de libertad

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TOMÁS TEIJEIRO
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El verdadero desafío de las sociedades libres es precisamente ser capaces de enfrentar las dificultades coyunturales manteniendo el foco en la libertad, sin derivas autoritarias. Es decir, entender que este es el principal valor a cuidar.

Seguramente no ha existido en la historia de la humanidad un período de mayor adelanto y prosperidad que el actual. Un tiempo donde tantos derechos han sido consagrados, y donde estos han llegado a lugares y expresiones recónditas. Muchas veces hasta inverosímiles.

No obstante dichos adelantos, los dos derechos primigenios que son absolutamente inalienables a la condición misma del ser humano por ser tal -la vida y la libertad- parecen muchas veces ser interpelados.

Hay que sincerarse y decir que gran parte de la responsabilidad por esta deshumanización que han padecido nuestras sociedades es de varias organizaciones internacionales, oenegés, y de parte de los sistemas políticos de los diferentes países que tiemblan de miedo y se apichonan sin plantarse a defender con firmeza los antiguos y perennes valores humanos frente a la retórica progre de lo oportuno y políticamente correcto. Retórica relativista e intrascendente como pocas, que suele agotarse en el postureo sin fondo. Sin perjuicio de esto, pesa, hace daño, y muchos la compran como buena.

Así vemos como una Europa que ya no parece reconocer sus raíces culturales hondamente prendidas al Cristianismo y la tradición greco - romana, da tumbos proclamando derechos de quinta, sexta, y ya no se sabe de qué generación, mientras no duda en cuarentenar y cercenar libertades individuales con la excusa de la pandemia.

Así vemos como Latinoamérica, con la honrosa y casi única excepción de nuestro país, camina a paso firme hacia el más peligroso populismo de izquierda. Un populismo sin ideas, flojo de contenidos, que solo busca el poder por el poder, tratando de inspirar a las masas con un verso romántico sustentado en las inexistentes proezas del pasado, y en el decir y hacer de unos falsos héroes que a la luz de la historia se nos revelan como verdaderos villanos. ¿O de verdad alguien puede considerar progresistas en serio o gobernantes comprometidos con la democracia a los Castro y sus aprendices, a Chávez, Maduro, o a Ortega?

Uruguay tiene por delante una ardua tarea, pero también una gran oportunidad. La tarea noble de seguir poniendo primero a las personas, y de abrir la mente y las fronteras físicas e intelectuales para conquistar un mundo lleno de posibilidades. La tarea de ser faro de libertad en una zona sobre la que cada vez son más negros los nubarrones. Y en ese desafío radica fundamentalmente nuestra oportunidad.

Nadie pone proa a una tierra oscura, que nada promete, y donde todo son cuentos y arbitrariedades. Las empresas y las personas buscan entornos amigables, certezas, y ser bien recibidos y tratados. Uruguay tiene una larga trayectoria de hospitalidad, pero también una sólida historia de sensatez, estabilidad, y seriedad, que hoy más que nunca se nos reconoce a nivel internacional. Ese es nuestro capital. Eso es lo que más tenemos que cuidar. Cada uno de nosotros debemos hacer nuestro mejor esfuerzo para que el Uruguay no deje de ser lo que es. Una verdadera isla de libertad.

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