El nuevo Impuesto Mínimo Global del 15% prometía terminar con la competencia fiscal entre países. La lógica era sencilla: si una multinacional paga menos de ese porcentaje en un país, el Estado de su casa matriz cobra la diferencia. En apariencia, se cerraba la puerta a los paraísos fiscales y a los traslados artificiales de ganancias.
Pero la realidad es más matizada. Lo que ha ocurrido no es la desaparición de los incentivos, sino su transformación. Los países, lejos de resignarse, están encontrando nuevas formas de devolver a las empresas parte de esa carga impositiva, asegurando que sigan invirtiendo en sus territorios.
Lo que hace el mundo:
-Subsidios directos: en Europa y Asia, se reemplazaron exenciones fiscales por apoyos en efectivo a proyectos de infraestructura, innovación o transición energética.
-Créditos reembolsables: EE.UU. y Canadá fortalecieron los créditos fiscales que el Estado devuelve incluso si la empresa no tiene ganancias, funcionando como un subsidio encubierto.
-Zonas francas reinventadas: Emiratos Árabes y otros países dejaron de competir con tasas bajas y ofrecen ventajas en logística, servicios e infraestructura de alta calidad.
-Apoyo al empleo y la formación: Alemania utiliza subsidios a la contratación y la capacitación laboral para abaratar costos sin tocar la tasa.
-Top-up doméstico: Japón, Corea del Sur y varios europeos cobran ellos mismos la diferencia hasta el 15%, quedándose con la recaudación y usándola para financiar incentivos.
Uruguay debe balancear dos objetivos: cumplir con las normas internacionales y mantener su atractivo como destino de inversiones en sectores estratégicos como software, biotecnología, renovables y servicios globales.
La experiencia internacional es clara: el incentivo no desaparece, se rediseña. Nuestro país debería priorizar:
-Subsidios estratégicos a la investigación y desarrollo.
-Programas de formación de talento que vinculen a jóvenes uruguayos con las multinacionales.
-Una reinvención de las zonas francas, basadas más en infraestructura y servicios de calidad.
-La adopción de un Domestic Minimum Top-up Tax, para asegurar que la diferencia del 15% quede en Uruguay.
Hasta ahora, ningún país ha utilizado instrumentos cripto para compensar el impacto del impuesto mínimo global. Uruguay podría dar un paso pionero: canalizar parte de los apoyos y beneficios mediante tokens estatales o mecanismos basados en blockchain.
No se trata de cobrar los impuestos en cripto, sino de aprovechar la tecnología para distribuir subsidios con mayor transparencia, trazabilidad y rapidez. Una innovación de este tipo no solo reforzaría la seriedad fiscal del país, sino que lo posicionaría como referente en la convergencia entre economía digital y política tributaria.
El impuesto mínimo global cambió las reglas, pero no eliminó la competencia. La nueva carrera no es por la tasa, sino por la inteligencia en el diseño de incentivos. Uruguay tiene la oportunidad de adelantarse: combinar rigor fiscal con creatividad en políticas públicas, y explorar herramientas de vanguardia. Ese podría ser nuestro diferencial en un mundo donde la tasa mínima ya está escrita, pero las estrategias para devolver valor a la inversión recién empiezan a diseñarse.