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Gonzalo Aguirre, un gran señor

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LUIS ALBERTO LACALLE
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Nos conocimos en la Misa dominical de nuestra Parroquia, la de San Juan Bautista, hace mucho, mucho tiempo.

Imposible era en esos primeros años juveniles siquiera imaginar por qué caminos extraños nos iba a llevar la vida, cuántos impensables obstáculos tendríamos que salvar, a qué nivel podríamos llevar nuestros sueños blancos y nacionalistas. Sí me consta que el mejor fruto de esa naciente amistad iba a sellar para siempre la herida que durante años había sangrado en el costado del Partido Nacional. La fórmula Lacalle Herrera- Aguirre Ramírez se encargó de ello.

Su escueto físico albergaba dimensiones intelectuales gigantescas, incansable capacidad de trabajo, memoria enciclopédica, gracia cautivante, solidez en los principios, rectitud en la conducta.

De altísimo nivel en su preferida rama del derecho, la del constitucional, en la que continuó el señero caminado de su ilustre abuelo, nunca por ello se encerró en la prosopopéyica actitud de alguno de sus cultores que confunden un semblante severo y un acartonamiento de actitud, con la profundidad de conocimientos. Gonzalo era capaz de transitar por los vericuetos legales con la soltura del que los domina, pero con la llaneza de estilo que marca a los verdaderamente grandes.

No hay grandeza sin generosidad, hija de la seguridad en sí mismo y de la solidez de la formación. Prestó, regaló su tiempo a quien se lo pidiera. Antes que nada a su Partido Nacional, nuestro partido, que nunca tuvo que mandarlo buscar para verlo en primera fila. Por nuestra divisa y por nuestra patria practicó esa extraña forma de valentía que se ha definido como “el coraje sin cólera”, es decir la capacidad de la más alta fiereza en el combate de ideas sin necesidad de alharacas, ni macacadas. Así lo encontró la dictadura cuando defendiendo a un ausente que era Wilson Ferreira, gesto señorial si los hay consistente en defender a quien no puede hacerlo en persona, tuvo que soportar la cárcel y la suspensión de su título profesional, esta última pena hija de alguna envidia que aprovechó la bolada...

Junto a los grandes amores cívicos su condición de nacionalófilo y fanático de Trouville le acercaron a la práctica del deporte. Si sería fuerte su voluntad que a pesar de su baja estatura tuvo el orgullo de vestir La Roja de Pocitos en básquetbol ...! Ni que decir de su heredado amor por los pur sang. En la pista de Maroñas estaba a sus anchas. Escucharle disertar sobre genealogías caballunas, tiempos, distancias, jockeys, cuidadores era estar en presencia de un virtuoso, amante del conocimiento por el puro amor del intelecto aguzado, exigido, exprimido como cabe a los verdaderos intelectuales.

Su otra “cancha” preferida, diríamos que la primera en sus categorías, era la del Senado. Era un arquetipo de integrante de la Cámara alta. En medio de la treintena de titulares de las bancas, se movía como pez en el agua. Ya fuera en el cruce de espadas en el que era temible, pero caballeresco adversario, como en la ocurrencia jocosa tan necesaria a veces para aliviar tensiones, su dominio tanto de la escena como del Reglamento eran proverbiales. Cuánto se le extraña...

Se embarca para el viaje final “ligero de equipaje” en lo material. ¡Bien ligero por cierto! Pero sus maletas van llenas de lo que importa, respeto, cariño, admiración, agradecimiento.

Hace un par de años, asaltado sin lugar a dudas por los pensamientos que a nuestra edad se hacen comunes acerca del umbral de la muerte, me llamó para hacerme un encargue típico de su afecto y de su serenidad ante lo irreparable “Luis Alberto”, me dijo, “cuando muera me gustaría que hablaras en el entierro”... La mejor manera que encontré para salir de la emoción y la sorpresa que me produjo su pedido, fue contestarle que no se apurara, que quizás era él el que tenía que hablar en el mío...

Hoy en medio de estas peculiares circunstancias que vivimos, no puedo hablar, pero sí escribir. ¡Promesa cumplida querido Gonzalo! .... Hasta el reencuentro en el Reino, en la luz y en la paz....

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