Gobernó el neostatismo

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pedro bordaberry
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El castigo a los gobiernos de principios de los noventa era acusarlos de “neoliberales“. El neoliberal era el diablo, satanás, los piratas que llegaban a quedarse con todo, los que defendían al mercado y que el Estado no interviniera.

En esa sola palabra se resumía el mal. Frente a ella estaban los estatistas para quienes el Estado debía asumir todo o, al menos, la mayor cantidad de actividades posibles. Estos eran los herederos del marxismo en retirada luego de los fracasos en la Unión Soviética desaparecida, el muro alemán caído, la China comunista previa al reconocimiento de la propiedad privada y los países del este de Europa luego convertidos en democracias. El enfrentamiento entre los extremos, liberalismo absoluto y estatismo a ultranza, fue duro. Había una tercera postura. La de quienes sostenían una posición intermedia entre el liberalismo absoluto y el Estado omnipresente. Los que pregonaban “tanto Estado como sea necesario y tanto mercado como sea posible” se vieron atrapados entre dos fuegos.

¡Neoliberales! gritaban unos.

¡Estatistas fracasados! respondían otros.

Por suerte triunfó la postura intermedia.

Ni tirios ni troyanos, ni montescos ni capuletos, el justo medio aristotélico se hizo presente.

Por ejemplo, en la telefonía móvil.El extremismo estatista luchó para quedarse con el monopolio de la telefonía básica, es decir el teléfono por cable. Al hacerlo, por suerte, no se dio cuenta de la importancia de la móvil (celular) que quedó abierta a la competencia. La habitual falta de visión de los estatistas que no se dieron cuenta que el futuro eran los celulares permitió uno de los mayores avances en comunicación en el país. Lo mismo sucedió con los seguros que se abrieron a la competencia con participación del ente estatal. Esa competencia trajo una notable mejoría en el servicio de seguros en especial el del propio Banco de Seguros del Estado.

En otras áreas se avanzó en la inversión privada con concesiones como los Aeropuertos de Carrasco y Laguna del Sauce y las terminales de contenedores y de pasajeros del puerto de Montevideo.

Los que sostenían esas posiciones antagónicas de “Estado vs Mercado” comenzaron a darse cuenta cuenta que había otro camino por el que transitar. Ni neoliberales ni estatistas.

El primer gobierno del FA, del Dr. Tabaré Vázquez, tuvo la valentía de darse cuenta de ello. Enterró sus históricos esloganes de “No al FMI”, “No al Banco Mundial”, “No a la Inversión Privada”, y avanzó por el rumbo correcto. El mensaje más fuerte fue cuando Vázquez invitó a Batlle a cortar la cinta en la inauguración de la nueva terminal del Aeropuerto de Carrasco, realizada por un concesionario privado. Atrás quedaron las acusaciones de “vende patrias” y “entreguistas de la soberanía nacional” o las amenazas de que “los vamos a sacar a patadas”.

Las cosas cambiaron para mal con el gobierno del Señor Mújica. El estatismo latía en muchos sectores del FA que masticaban con bronca el resultado del camino intermedio entre Estado y mercado. Calladamente lo transformaron en un “neoestatismo”. Mújica prometió un frigorífico y una empresa pesquera estatales. Volverían el Frigorífico Nacional y el SOYP .

Al llegar al gobierno se dio cuenta que no era posible.

No solo la oposición no estaba de acuerdo. Dentro de su propio partido, el FA, muchos no lo acompañaban.

Reconvertido, surgió entonces el neoestatismo a la uruguaya. No podían lograr por la aprobación de leyes que el Estado asumiera todo. Entonces eligieron el camino de inyectar fondos públicos para quitar del medio a la competencia. Lo que importaba era el objetivo: que fuera solo el Estado el que participara.

Lanzaron a las entidades estatales a copar muchas áreas, perdiendo dinero. Déficit o pérdidas no eran importantes. Lo que importaba era que el Estado se quedara por esta vía con lo que no se podía quedar por la legal.

Hay varios ejemplos de esto, el mas claro el de Ancap. La empresa que debe suministrar combustible a precios adecuados, resolvió, directamente o a través de sociedades controladas por ella, quedarse con mercados. Se lanzó a vender cal a Brasil, metió millones de dólares en la producción del cemento para perder millones, se puso a fabricar desde raciones para animales, biocombustibles, perfumes, licores, repelentes y una larga lista de productos.

Pudo vender a pérdida durante mucho tiempo. Primero, transfiriendo perdidas a precios y luego pidiendo capitalizaciones.

Lo mismo sucedió en Antel. Gastaba cerca de 20 millones de dólares por año en publicidad.

Las dos empresas que competían con ella invertían, juntas, 6 millones.

Luego vino la Arena.

Había que avanzar en el monopolio de hecho, en el neoestatismo que persiguió estatizar todo a costa de perder dinero y brindar servicios caros.

Lo pagó el pueblo, los consumidores.

El resultado fue nefasto. Mil millones de dólares en Ancap, Pluna, el Tren de los Pueblos Libres, Envidrio, la Regasificadora y muchos desastres mas.

Hoy nos dictan cátedra sobre empresas públicas y precios de combustibles.

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