Lo dijo, lo subrayó y lo remarcó: “Tienen que terminar su guerra. Tienen que ponerle fin. Tienen que hacerlo”. Y por si no quedaba claro agregó que Israel debe “alcanzar la paz”, afirmando que los responsables del gobierno israelí tienen que “acabar con esto porque están perdiendo una buena parte del mundo. Están perdiendo gran cantidad de apoyo”.

El autor de ese redundante llamado a detener la ofensiva israelí sobre la Franja de Gaza no es Susan Sarandon ni el activista de DD.HH. Cornel West, sino el millonario ultraconservador que más ha cortejado a Benjamín Netanyahu y que con más entusiasmo apoyó su respuesta al sanguinario pogromo del 7 de octubre: Donald Trump.

Si algo faltaba para que los israelíes vean la peligrosa deriva bélica del gobierno que encabeza el líder del Likud, es que dijera lo que dijo el magnate neoyorquino que siempre defendió la ampliación de los asentamientos de colonos en Cisjordania y también el rechazo de Netanyahu y sus aliados ultra-religiosos a aplicar la “solución de los dos estados”.

Si hasta Trump está viendo la velocidad con que crece el aislamiento de Israel, está claro que la operación militar en Gaza representa para ese país un peligro aún mayor que Hamás. Poco después, el gobierno norteamericano emitió una señal contundente contra la continuidad de la ofensiva sobre la Franja de Gaza: se abstuvo por primera vez de vetar una resolución del Consejo de Seguridad de ONU exigiendo una tregua por el Ramadán y la liberación de los rehenes.

Nada más perturbador para Netanyahu que esa posición adoptada por Estados Unidos. Tan perturbador que prácticamente hizo bajar del avión a la delegación que estaba por partir hacia Washington a tratar la situación en Gaza con miembros del Pentágono y de la administración que preside Joe Biden.

El aislamiento de Israel es directamente proporcional a la estadística de muertes civiles que produce la ofensiva contra Hamás. Y si no se conjura cuanto antes la hambruna en marcha, deteniendo las acciones militares y permitiendo el ingreso por tierra de los camiones con alimentos que se acumulan en la frontera, la consecuencia de la ofensiva será un exterminio masivo de población civil, colocando sobre la imagen de Israel el rótulo “Estado genocida”.

Las decenas de miles de muertos civiles que incluyen muchos miles de niños y centenares de miles de huérfanos, han sobrepasado largamente lo que puede justificarse con el salvaje ataque que masacró civiles en un festival pacifista, en aldeas agrícolas y en kibutzim del sur de Israel.

Lo que señala Biden y ahora también Trump es que en el mundo crece vertiginosamente el número de gobiernos y de ciudadanos que no aceptan el pogromo del 7 de octubre como justificación de las consecuencias trágicas de la ofensiva para destruir a Hamas.

Los efectos de la estrategia de Netanyahu han dejado en un remoto segundo plano la masacre realizada con perversidad contra mujeres, niños, ancianos y todo lo que se cruzó en el camino de los sanguinarios jihadistas. También el electorado conservador comenzó a volverse contra la operación israelí. Por eso Trump empezó, por primera vez en la historia de su relación con Netanyahu, a reclamarle al primer ministro que detenga ya mismo su ofensiva porque, además de masacrar civiles, está dejando solo en el mundo al Estado judío y acrecentando riesgos al judaísmo de la diáspora.

Antes que Biden dijera “basta” a Netanyahu con la abstención norteamericana en la ONU y que Trump se lo explicara con elocuentes y reiterativas frases, la señal más clara de la peligrosa deriva por la que el gobierno ultraconservador y fundamentalista lleva al pueblo israelí la dio Chuck Schumer. El líder de la bancada demócrata del Senado es judío y ha defendido a Israel siempre, tanto en los claustros de Harvard como en la Asamblea Estatal de Nueva York, en la Cámara de Representantes y en la cámara alta. Por eso es tan significativo su llamado a los israelíes a realizar nuevas elecciones para sacar del poder a Netanyahu.