Con ese eslogan premonitorio de “multiplicá tus ahorros sin embarrarte”, Conexión Ganadera enterró el negocio más terrenal en un campo de inversiones dudosas. El delito de cuello blanco tendrá aires de robo elegante, pero huele mal y termina salpicando a un pueblo. Tres meses antes del colapso, Pablo Carrasco festejó el aniversario de su empresa y no tuvo empacho en decir que, desde hacía 25 años, eran “cero falta”. ¿Cuántos en esa crédula audiencia apoltronada en La Baguala podían adivinar cuán profética resultaría esa declaración? No le tembló la voz para decir: “A nosotros nos miran fijo 15 segundos y les pedimos plata. Ese es nuestro talento”.
Tampoco miró fijamente. Hacía tiempo que le costaba. Basta repasar horas y horas de entrevistas para observar cómo su mirada cambió con el paso de los años. Era esquiva. Evitaba los ojos del interlocutor, como lo volvió a hacer esta semana.
Quizá ni él sepa qué le pasó por la cabeza el martes mientras escuchaba al contador, conseguido a las apuradas, que confirmó que la artimaña de Carrasco y cía. terminó en un esquema Ponzi.
La lista de desprolijidades es incalculable. Diez meses atrás Carrasco y Gustavo Basso, el socio fallecido en noviembre en un accidente de tránsito, le cedieron la mayoría de las cuotas sociales de la empresa a sus esposas, Ana Iewdiukow y Daniela Cabral, respectivamente. Cabral es de pocas palabras. Con Iewdiukow la historia es diferente.
Hace casi tres años dio una extensa entrevista. Dicharachera, destilaba un aire presuntuoso y hasta más confianza que un Carrasco apocado. En ambos se evidenciaban los brotes de un cinismo que los conduciría al terror de perder estatus y millones, de admitir el fracaso, de ser la comidilla de todos. ¿Terror de terminar en una cárcel?
¿Sentirían vergüenza delante de esas vacas impávidas ante el descalabro? ¿Los intimidarían unas inertes caravanas que en lugar de en orejas descansarían en un cajón?
¿Cómo pasaron de aquella marcha ganadera de 1999 por “rentabilidad o muerte” a manejar US$ 150 millones en inversiones, tener (¿tener?) 100.000 cabezas de ganado, operar 100.000 hectáreas, y emplear a 200 personas? Hay mérito, bastante de desparpajo y, quizá, mucho de criminal.
Cercanos a los medios, nunca les faltaban micrófonos cerca. “Stradivarius Baby: estamos tratando de transformarlo en un adjetivo, no un sustantivo”, contaba Iewdiukow. Al igual que sus socios, soltaba frases que, con los diarios de enero, vuelven el vacío espiritual todavía más ominoso.
Hace dos años se jactaban de tener una lista de espera de inversiones por US$ 30 millones. “El marketing lo puso Pablo Carrasco, muy ideólogo de esas cosas”, decía su esposa. “El caviar del futuro”, apuntaba él sobre el producto.
El propio Carrasco tuvo el tupé de pedir en octubre que se inspeccionaran sus campos, porque le parecía bien que se supiera quién en este rubro era malo y que también se conociera quién era el mejor. Lo aplaudieron, él miró hacia abajo y sonrió. Es probable que su arrogancia enmascarase la inseguridad del que sabe que camina al matadero. En esa celebración, Basso bromeó sobre no tener que “escapar por las ventanas”. El público lanzó carcajadas y aplaudió.
A cuento de las caídas del Grupo Larrarte y República Ganadera, Carrasco anticipaba que las malas noticias para el sector no habían terminado. Ellos, en cambio, solo tenían de las buenas porque abrirían un restaurante en Montevideo y lo replicarían en Asia: “Lo que se viene es mucho más grande de lo que hicimos”. Puede estar tranquilo de que justo en eso no le erró.
Conexión Ganadera prometía lo que la alquimia financiera suele ofrecer: la ilusión de la plata dulce. El que conocía el rubro decía por lo bajo que los números no cerraban. Los inversores llegaron en manada. No estaban atontados ni desbordados de avaricia. Se convencieron de que la ganadería uruguaya -con sus siglos de sabiduría acumulada- podía reducirse a un manoseado producto financiero.
El márketing en el sector rayaba lo obsceno, a tal punto de que el asceta Banco Central lanzó sus advertencias. La Justicia nunca avanzó. Los políticos miraron para el costado. ¿Cuánto pesaron las conexiones de Carrasco y compañía?
Cualquier historia de un esquema Ponzi versa, en última instancia, sobre la psicología humana, porque los delitos financieros son tan añejos como la plata misma, bastante más que “la mina oriental del ganado vacuno”.
El binomio Carrasco-Iewdiukow decía tener que “vender una historia hermosa”. El cuento pérfido que urdieron pone en riesgo que el campo termine otra vez impregnado por tópicos interesados y obstinados.
El Uruguay urbano y el rural rara vez comulgan. Montevideo siempre ha estado de espaldas al resto del territorio, justo esa porción del país que funge como motor desde tiempos inmemoriales. La ganadería seguirá produciendo retornos confiables para aquellos dispuestos a aceptar su naturaleza fundamental. Los sospechosos de siempre se frotan las manos ante la posibilidad de saciar su afán regulador. No sería la primera vez que el divorcio entre el campo y la ciudad se alimente de intereses políticos.
Con cada Ponzi, las lecciones aprendidas a la fuerza se desvanecen. Las vacas invisibles son la cúspide truncada de una pirámide cuyo escándalo reverbera entre mugidos y bramidos.