En las charlas de este verano surgió una afirmación parcial, pero que a la vez parecía bien sustentada: el pensamiento francés en filosofía y ciencias sociales de mayor influencia internacional está marcado sobre todo por exponentes de izquierda.
El tema refería sobre todo a los pensadores de la segunda mitad del siglo XX. Los casos son conocidos e importantes: Jean Paul Sartre, Michel Foucault, Louis Althusser, Jacques Lacan, Gilles Deleuze, Alain Badiou, Jacques Rancière o Simone de Beauvoir, entre tantos otros posibles. Todos ellos tienen gran influencia en el pensamiento occidental de las ciencias sociales y las humanidades, y sobre todo para el talante que se define de izquierda.
Para ilustrarlo con dos ejemplos concretos: muchas de las teorías feministas radicales actuales expandidas en Estados Unidos, toman su origen en el pensamiento de de Beauvoir (“el segundo sexo” vio la luz en 1949); y buena parte de la reflexión ampliamente extendida en la izquierda de las Américas sobre el poder y los constreñimientos impuestos por la disciplina moderna, se inspiran en Foucault (“Vigilar y castigar” fue publicado en 1975).
Todo esto es conocido. Pero se trata de una visión parcial. Ella sesga la influencia francesa que, en verdad, es mucho más amplia que eso. En efecto, para tomar la misma época de la segunda mitad del siglo XX, Raymond Aron, François Furet, Albert Camus o Dominique Schnapper, por ejemplo, también marcaron fuertemente al pensamiento político tanto en la lectura de la realidad contemporánea como en la interpretación histórica, en Francia y en toda Europa. Muchos de los análisis políticos de Sartre, pestilentes de dogmatismo estalinista, no eran tan inteligentes como los que publicaba Aron, por ejemplo.
Hay en este sentido toda una tradición de pensamiento, cuyo exponente mayor seguramente sea Alexis de Tocqueville (“De la democracia en América” se publica en 1835), que inspira una reflexión que desde finales del siglo XIX evita respirar marxismo permanentemente, si bien sí es capaz de analizarlo críticamente y con provecho. Esa tradición estuvo fuertemente representada, por lo menos hasta finales del siglo XX, en la formación política, cultural e histórica de las élites francesas llamadas a vincularse a los temas de Estado como, por ejemplo, las que egresaban del Instituto de Estudios Políticos de París.
La idea de que Francia carece relativamente de pensamiento liberal, o al menos de pensamiento influyente no marxista hegemónico, seguramente responda al fuerte protagonismo que la izquierda tuvo en el mundo de la cultura de ese país en la posguerra mundial, como bien lo describe Tony Judt en “El peso de la responsabilidad” (1998). No hay duda de que el sesgo existió y de que se amplificó aún más en Latinoamérica, donde el eco pro- izquierdista sigue esparcido en buena parte del mundo universitario vinculado a estos temas.
Existen exponentes del liberalismo francés que siguen guardando gran influencia internacional. Simplemente, no se les presta atención en estas latitudes. Para percibirlos, hay que evitar la distorsión de la propaganda que hace creer que, por ejemplo, el aporte de Pierre Bourdieu en sociología, sólo por ser izquierdista, es más potente que las reflexiones del gran Raymond Boudon.